lunes, 28 de noviembre de 2011

A

Para Pachu,
exista o no.

No hablemos sobre distancias, entonces. Esta distancia o aquella; da lo mismo. ¿No es lo mismo hablar de distancias que hablar sobre frío y sobre el llanto y sobre correr hasta el cansancio y dejarse caer sobre una nube? No lo es; nada que decir y nada que escuchar. No importa lo que decimos. Importa el instante, y correr para siempre, y detenerse, y el frío. Pero no importan las distancias. Como esa vez en la que el mundo se redujo a un instante; a un par de manos —ahora frías, da lo mismo— que ya no hablan y ya no dicen nada. No hablemos sobre eso, ni sobre el pasado, ni sobre el futuro. Háblame del ruido o no me hables de nada; lo mismo da. Hablas con tu silencio. Gritas con tu silencio de luna y tu brillo de sol —porque eso eres—. Hablas con tu mirada; gritas con tus manos, te desintegras en la distancia y existes de nuevo en la caída. Prevaleces en la caída. Te desvaneces en la caída. No necesitas de otras manos para labrarte, porque existes en toda caída; iluminas todos los rincones, destruyes las distancias y devoras planetas. No cabes en palabras —y qué bueno— porque el mundo es demasiado pequeño para tu brillo. Tus pasos de piedra resuenan en las nubes. No hablemos sobre distancias, entonces; porque las distancias no aguantan tu paso.

martes, 11 de octubre de 2011

La retórica del llanto

Lo que menos importa
es decir algo,
un mensaje,
una redención,
un grito.

No importa
sino la inundación,
el ruido,
el discurso implícito.

Importa el filtro de la sangre,
el mensaje desvanecido,
el desvanecimiento,
el filtro de la sangre
que libera el peso
y el lastre
de la garganta.

Consecuencias,
nada,
silencio,
el peso sigue ahí,
siempre es una carga
ante la vista;
existir,
la carga en los hombros.

No hay mensaje
porque no es importante;
importa el tiempo
y la sangre filtrada;
importa el silencio
ahora roto.

sábado, 17 de septiembre de 2011

Y todo es vida

La pared contra la que estrello la frente, y el vidrio sobre el que resbala mi brazo izquierdo y una porción de mi frente apoyada en el vidrio, y cómo se apoya la cabeza en cualquier cosa cuando uno está triste: un hombro, otra cabeza, la pared, una ventana, la puerta del auto, la palma de la mano izquierda, una almohada y dejarse arrastrar por un río de lágrimas. Río de lágrimas. Uno puede ahogarse en un río de lágrimas, y la posición fetal, y la miseria permanente, y el reloj que avanza; pero uno se puede estancar para siempre en el río de lágrimas. El encierro voluntario, porque afuera no pasa nada. Pero mejor la inmovilidad que el movimiento forzado. Mejor estancarse en un río propio que moverse por empujones ajenos. Y uno puede salir a respirar y sonreír y drenar el aburrimiento de las venas. Sentir que el agua llega a los pulmones y sentir que el incendio se apaga por dentro. Pero eso no es todo.

Conducir un auto con dirección hacia el poniente en el atardecer y admirar el color de los brazos. El repetidísimo ritual en el que el café cargado levanta el ánimo. Escribir sobre la propia piel, y uno puede extenderse por años y embriagarse y dejar que el frío llegue hasta los pulmones. Sentir que el incendio se apaga y se enfría y lo único que queda es el recuerdo de que algo pasó; algo grande. En algún lugar, pasa algo interesante y el sol brilla y la vida tiene sentido. La certeza de que nada es nuevo y por eso somos completamente libres. La noticia del tumor y las ganas de estrellar el auto. ¿Por qué la muerte cercana hace que todos quieran vivir al máximo vivir al límite con todo el corazón aprovechar todas las oportunidades crecer para siempre vivir? No pasa eso con la muerte lejana porque no se le teme a la muerte. En serio, nadie le teme a la muerte hasta que toca la puerta quién la muerte ah no no la queremos pero soy la muerte y nadie se escapa de la longitud de mis dedos mire ah sí sus dedos son muy largos y no hay forma de escapar de ellos porque nadie escapa de la muerte porque todo lo que vive debe de morir porque la vida se trata de cómo nos morimos poco a poco porque el miedo y porque no tientes a la muerte que ahí está y toca la puerta quién la muerte ah sí la muerte que todos nos tenemos que morir pero no te asustes porque falta mucho y viviremos mucho tiempo y seremos felices y el sol y mis flores y que todo es muerte porque todo es vida.

Y todo es vida. Y todo lo que tengo es esta vida que algún día se desvanecerá entre la tierra y entre el mar contaminado que engullirá mis cenizas y mi historia. Y seré uno más, irrelevante aunque se recuerde mi nombre. Irrelevante porque no seré el primero en morir y desvanecerse y en tener muchos el-mejor-día-de-mi-vida. Irrelevante porque ya pasó antes; todos quisimos cambiar al mundo y nos dimos cuenta de que ni siquiera comprendemos al mundo. Y quisimos hallarnos y fracasamos. Y quisimos matarnos y amarnos y ser amados y sonreír y llorar y drenar la miseria de nuestras venas. Cuando muera, mi muerte será irrelevante, porque la muerte no es nada especial. Sólo es un día distinto y la tristeza como mecanismo para adaptarse a las nuevas circunstancias. Porque eso es la tristeza. La tristeza es un estado. La alegría es un estado. La angustia, la dicha, el terror y todo lo demás es un estado. La felicidad es algo distinto que no comprendemos. La vida es algo que no comprendemos. No comprendemos la muerte y no comprendemos nada.

viernes, 12 de agosto de 2011

Un montón de referencias

Y Minerva, que sufría de hiperexcitación lacrimal. Cualquier momento podía convertirse en un río de lágrimas. Reía y lágrimas; estudiaba, lágrimas; compartía tres palabras con el encargado del café, lágrimas; se enamoraba y lágrimas. Y no importaba la tristeza, siempre había lágrimas y sus mejillas enrojecidas. Lucía se sorprendió las primeras veces, pero la costumbre se instaló entre ambas y siempre había un pañuelo, o un papelito para las lágrimas inoportunas. Y Minerva era algo inoportuna: despertaba en sus interlocutores el instinto protector; salvar a la damisela en apuros; besar delicadamente su mano, etcétera. Y Minerva conoció todas y cada una de las formas de protegerla: el trilladísimo gesto de secar su lágrima con el pétalo de una rosa blanca (sí, en serio), abrazarla paternalmente, besar delicadamente su mano, etcétera.

Nada la sorprendía. Sus interlocutores se dejaron arrastrar por sus lágrimas. Y sí, cómo resistirse a la damisela en apuros con lágrimas sobre las mejillas (rojas) y el brillo en los ojos. El problema permanecía: las lágrimas eran culpa de sus ojos, no de la tristeza ni de la agonía ni de la mosca que, inocentemente, murió en su sopa minestrone. La culpa era de la genética y de las glándulas. La damisela no estaba en apuros; no necesitaba de la mano viril, del músculo incendiario que secaba sus lágrimas, ni del pétalo de la rosa blanca. Minerva sólo dejaba caer las lágrimas, porque eran insignificantes. Tanto como el gesto del caballero que secaba sus lágrimas. Apariencias y apariencias, instinto genético de salvar al eslabón débil de la especie. Y cómo resistirse a los ojos lacrimeantes de Minerva.
Y cuánta esperanza cayó sobre sus ojos cuando conoció a Virgilio, ciego de nacimiento. Cuántas tardes pasó genuinamente confundida. Alguien que no podía ver sus lágrimas genéticas y la trataba como a cualquier otra; como si sus ojos no representaran la tristeza acumulada de mil generaciones de los egipcios y las pirámides; y los miles de años de los vivos y los muertos (porque sus ojos no representaban tal cosa; eran unos ojos húmedos y nada más). Y cómo lloró verdaderamente (sin lágrimas: la ironía es necesaria) cuando supo que Virgilio, el único que la veía como una más, no estaba solo. Cuánta desesperanza cupo en sus mejillas cuando supo que Virgilio pasaba las tardes tomado del brazo de una Margarita cualquiera; que la Margarita cualquiera dormía en la misma cama que él. Y cuánta sorpresa cupo en sus lacrimales cuando su llanto era seco. Y cuánta fue su dicha cuando descendió vertiginosamente los diez pisos desde su departamento hasta la calle.

domingo, 7 de agosto de 2011

Edición

Te inventé. Eras un extraño en mi casa y un extraño en mi vida y un extraño. Y luego la mudanza y el cansancio. El cansancio suficiente como para vencer a mi lengua y mi voz. Dormí casi desmayada sobre tu hombro porque las almohadas están en alguna de las cajas y no sé en cuál. Y para qué buscarlas, cuando se puede estar tan bien ahí, entre las cajas y el sudor y el cansancio. Todavía no hay agua caliente ni gas. Mañana instalan el teléfono y el lunes activan el elevador. Pero aún así eres un desconocido, y soy una desconocida y somos desconocidos. Te invento porque no te conozco. Planté una semilla en ti para verla crecer. Y crece: somos ramas que se entrelazan, pero no un árbol. Somos árboles distintos. Somos átomos del bosque y el bosque nos diluye. Somos árboles que se diluyen. Todo es dilusión, entre el sudor, las cajas, el polvo, los baños con agua fría, tu hombro y mi cabello acalorado. Nos diluimos porque no nos conocemos. Es más fácil diluirse que todo lo demás; el bosque, la mudanza, las reparaciones, el agua fría y el sudor. Es más fácil diluirse, dormir con el calor y las cortinas abiertas para despertar con el sol. Y el desayuno frío, no reconocerte y casi gritar. Perder la concentración y romper un plato.

Es más fácil diluirse. Esgrimir el cansancio en contra del tiempo. Detener la tarde justo en su momento más rojo. Es más fácil diluirse con el desconocido y ver cómo crece la semilla. Prefiero la dilusión; mejor inventarte que descubrir cada centímetro. Mejor diluirse en el instante que perderse con el tiempo. Inventarte porque eres un desconocido. Desconocerte, pero plantar una semilla y el sudor y las cajas. Escaleras oxidadas; ventanas rotas. Mejor diluirse que mentir. No preguntar quién eres; no definirnos para poder convertirnos en lo que queramos. No saber quién eres porque no lo sabes. No decirte quién soy porque tampoco lo sé. Mejor diluirse en el bosque; entrelazar las ramas y quedar como desconocidos. Mejor crecer juntos sin saber quiénes somos, porque nunca lo sabremos.

Texto de una invitada anónima

jueves, 4 de agosto de 2011

Inerciático

¿Objetividad? Lo que sobra es objetividad. Sobra esa respiración recursiva, con su vaho sofocante, su olor; el olor de la saliva. Sobra objetividad, esa fría recolección de eventos, datos, colores que han perdido su brillo. El recuerdo es una mancha gris. Sí recuerdo, pero como una mancha gris. Como esa mirada cubierta de desinterés. Y nada que decir, porque la mirada no tiene en el fondo más que ese vaho desinteresado, gris; esa objetividad que siempre está de más.

Y para qué. Para qué apagar el incendio. Para qué detener la marcha, esa inercia desquiciada; esa inercia que perdió su carril hace tanto tiempo. Para qué apagar el incendio. Y qué decir de este motor que me arrastra. Qué decir de la inercia, fuerza ciega; si callo es porque no hay razón para decirlo. El incendio está ahí; se ve. Para qué apagarlo. Para qué detenerse cuando todo lo que soy es movimiento. Para qué el equilibrio. Para qué interpretar el ruido. Para qué interpretar el silencio. Para qué interpretar miradas cubiertas de desinterés. Ese desinterés activo, que destroza las intenciones. Para qué la esperanza, inercia vacía. Para qué la voluntad, que flaquea ante el silencio. El silencio es vacío, y aún así nos derrota; aún en contra del vacío, la voluntad tiembla. Para qué intentarlo. Para qué quedarse ahí. Para qué. Para qué la nostalgia. Para qué la búsqueda.

Tener un lugar. Y un tiempo. Estar inmerso en el lugar y el tiempo. Ser arrastrado por el lugar y el tiempo. Ser algo en el lugar y el tiempo. Amar en el lugar y el tiempo. Romper los huesos en el lugar y el tiempo. Hacer guerras en el lugar y el tiempo. Sufrir en el lugar y el tiempo. Nada es permanente en el lugar y el tiempo. Todo tiene un lugar y un tiempo. Todo desaparece del lugar y el tiempo. Morir en el lugar y el tiempo. Esperar en el lugar y el tiempo. Doblar la voluntad en el lugar y el tiempo. Desmoronarse, estar vivo, furioso, presente, activo, tomar veneno cual licor suave en el lugar y el tiempo. Y después qué.

Una confesión: no pasa nada después del lugar y el tiempo.

miércoles, 27 de julio de 2011

Dizzy with Wonder

I rise quickly from the dark
through white clouds
that I tear apart,
releasing drops of water
all over.

Anja Garbarek - Dizzy with Wonder

Y yo podría
romper el techo
sobre mi cabeza;
destrozar las nubes
después de disipar el polvo.

Ir
lejos,
tomar el tiempo
con las manos;
tengo el tiempo
en las manos.

Tengo tiempo,
tiempo.
Mucho tiempo
como para destrozar las nubes;
despegar mi frente del suelo
len
ta
men
te,
porque tengo tiempo.

No hay prisa;
el techo y las nubes
siguen ahí;
todavía tengo el piso
y todavía puedo volar.

Yo podría destrozar las nubes
porque hay tiempo
y porque puedo.

lunes, 4 de julio de 2011

Allá afuera

Pero este inicio de la formación [=científico]
tendrá que dejar paso, en seguida, a la seriedad
de la vida pletórica, la cual se adentra
en la experiencia de la cosa misma.

G. W. F. Hegel - Fenomenología del espíritu, 1.1

1. Atardecer

Y ella, con el calor aminorante, tomó su cabello y lo recogió por décima vez en la tarde. A contraluz, lo único visible era un esbozo granulado de su sonrisa. Sonreía. El sol se enrojecía como hierro ardiente, poco a poco [danza molecular: un ataque interminable a los ojos y los nervios y el cerebro; y los impulsos nerviosos que graban el recuerdo como hierro ardiente], circularmente. El escenario es un libro abierto, pero las páginas no están en blanco. La vida no es un libro; está más allá.

2. Más allá

Huxley decía que el sol en el Golfo de México se enrojecía de forma distinta. No lo sé. Nunca vi el sol en el Golfo de México porque estoy inmerso en el tiempo. Estar en el tiempo es, ineludiblemente, estar condenado a la finitud. La finitud es vulnerabilidad. La vulnerabilidad se esconde adentro. Pero la vida ocurre allá afuera, éxtasis; estar ahí, hacer cosas, decir cosas, pensar cosas. Allá afuera es donde la vida ocurre —siempre afuera— y la vulnerabilidad abre paso al sol y al recuerdo. Siempre afuera. Adentro hay un eterno rebotar entre paredes blancas; inevitablemente, el rebote romperá una lámpara o un foco o la televisión y habrá que salir. Y la vulnerabilidad se puede esconder en el carro, pero los focos y las televisiones se compran afuera [en donde ocurre la vida]. Y la vida puede gastarse en rebotar o en estar afuera, y en ambos casos se termina porque vivir es la inmersión en el tiempo, etcétera.

3. Abandono

Amé. En contra de la pared en la que reboto y el eterno grito en contra de la puerta que lagrimea, amé. La vida que ocurre allá afuera conspira en contra de la vulnerabilidad. El deseo de salir y estar en medio de la gente colorida. Comprar un globo. Sonreír. Sentir el cerebro que segrega dopamina. La atención enfocada en un punto específico [producto indirecto de la dopamina]. El punto cambia de color. El deseo de ver. De mirar en todas direcciones al mismo tiempo. Estar afuera, entre el color y el pánico. Estar ahí, comprar un globo, ver cosas, hacer cosas, decir cosas. En contra de todo instinto primitivo; en contra de la propia protección, estar ahí, afuera; estar en donde las cosas ocurren, en donde la gente converge y choca entre ella; en donde unos se comen a los otros con la mirada [mecanismo de protección: aumentar los defectos ajenos para esconder los propios]. Pero amé. Antes del encierro entre estas paredes blancas, corrí el riesgo y amé.

4. Ruptura

Tengo una lámpara, una silla, una televisión, una mesa, una cama, un sillón; tengo cosas. Las utilizo para hacer cosas. Hago cosas para tener cosas que decir. Digo cosas para ir más allá de las cosas. Digo cosas para que sean escuchadas. Si son escuchadas, las cosas que digo tienen sentido. El sentido es distinto de las cosas que digo. Escucho las voces de otros que dicen cosas. Las cosas que dicen, si las escucho, tienen sentido. Escucho con la atención que cabe en mi espíritu [el espíritu: esa cosa que anima las cosas materiales; les da movimiento y, con suerte, les da sentido]. El sentido va más allá de las cosas que escucho. El acto de tomar una mano es el sentido. Está afuera, no en medio de mi lámpara y la televisión. Estar afuera, en medio de la gente, es el sentido en su mayor flagrancia posible. El sentido resplandece, pero es más fácil apartar la vista, porque estar afuera es exponer la propia vulnerabilidad.

5. Escape

Estar afuera. Romper la lámpara es sólo un pretexto. El sentido brilla. Siempre está ahí. Siempre acribilla nuestros ojos en una danza molecular; y de ahí al ojo; y de ahí al nervio; y de ahí al cerebro, y el recuerdo grabado en la memoria como hierro ardiente. Pero el sentido está más allá del recuerdo. ¿Qué caso tiene que exista un sol si siempre es de noche? Pero todo lo contrario, allá afuera es en donde ocurre la vida. El día y la noche sólo son un pretexto para salir de las paredes blancas y estar afuera. Vivir. Esa noción que nunca comprenderemos, pero sabemos que puede terminar. Estar ahí es existir. Existir es una inmersión en el tiempo. Finitud. Vulnerabilidad. Miedo. Pero el sentido no se aparece en el recuerdo. El sentido sólo existe afuera, porque sólo allá afuera existe la libertad. Y no importa el número de ventanas que haya, porque ver hacia afuera no es lo mismo que estar afuera. El sentido de las cosas que se dicen sólo resplandece [sólo es visible] cuando están ahí. La vida pletórica, con todos sus colores y sonidos. La vida pletórica, con su miedo y sus ruidos. Ése es el paraíso. Ahí ocurre la vida. Pero es más fácil encerrarse. Es más fácil cerrar un ojo ante el sentido que brilla. Sí, el sol [como el sentido] siempre está ahí; pero igual nos da miedo voltear la vista hacia él. Pero allá afuera es donde ocurre la vida; donde hay que existir antes de que la finitud cobre el precio de la cobardía.

miércoles, 25 de mayo de 2011

(primer error)

Yo sé que soy ese fósil
que está frente a mí (primer error)
Corrijo: yo sé que soy ese fósil
que algún día estará frente a mí.

—Leonardo da Jandra - Tanatonomicón


y no porque no importa. mira: no importa. yo tomé sus manos entre mis manos y puse sus labios junto a mis labios y tomé su mano con mi mano y miré sus ojos con mis ojos y no importó ni en ese momento ni ahora ni después importará porque sus dedos hipocondriacos escaparon como rayos paranoicos y cucarachas ante la luz. su corazón es un cúmulo de cucarachas ante la luz. y no importa porque mira el eterno acaecer de sus latidos y de los dedos que se retraen ante la luz. míralos, retraídos ante la luz como cucarachas ante la luz. sus dedos de flama se apagan como ojos hipocondriacos. enfermedades. Münchhaussen K.T.P. y etcétera y véanse de nuevo ante la luz mientras se esconden bajo la mesa con sus resplandeceres. oh, resplandece; oh, se apaga; oh, dedos que se ocultan ante la luz y resurgen y se ocultan. y dije que no importa; fuego entre los dedos y tiempo que resbala y se aleja. tiempo de agua. tiempo hecho de carbón y metal que se desvanece ante la mirada y ante la luz. tiempo que no refleja y no dice nada más que su constante transcurrir tic tic tic tic tic tic tic tic tic tic. todo monotonía, nada de contraste; nada de cielo azul sobre nuestras cabezas de fuego; nada de calma en nuestro incesante silencio. nuestra eternidad no es sino el silencio que guardamos en un camino hacia todos lados. todos lados. ninguna parte; nada de cielo azul sobre nuestras cabezas de fuego (primer error: yo sé que soy ese fósil) y algún día seré el fósil que está frente a mí. algún día resbalará el fuego entre mis manos vacías. mis dedos tiemblan dentro de mis pulmones. oh, resplandece, eterno silencio en el camino; eterna noche de estrellas ausentes. el alma oscura de la noche y la noche oscura de la nada. ese tiempo que no vuelve la vista a sus temblores. tiembla la voz y los dedos y aquello que nombramos como cielo, pero que podría tener cualquier nombre o no tener nombre. nada de nombre sobre nuestras cabezas. nuestra eternidad tiene el nombre del deseo infundado. nuestra eternidad tiene el nombre del silencio, porque por que porqué por qué. nuestra eternidad es una pregunta al tiempo tic tic tic tic tic. nuestra eternidad es el monstruo en nuestras manos. oh, silencio. oh, fuego de los dedos hipocondriacos. oh, café de las cinco de la tarde. oh, sol. oh, calor.

domingo, 1 de mayo de 2011

Tocar el ruido

Soy de humo,
incendio mitigado
bajo el cielo
y el otoño;
ensordecido,
toco el fuego
que era mi mano
y ya no es
más que un cúmulo
de partículas grises.

Soy de niebla;
el disiparse de la luz
en las noches;
ruina de los marinos;
el siniestro crepitar
de los monstruos;
la amenaza que aguarda
en cada quiebre de las olas;
el fondo del abismo
desde donde brillan mis ojos.

Soy el miedo
y la inundación;
el incesante
rechinar de dientes;
las uñas destrozadas
contra las piedras;
huesos rotos
contra las piedras;
extremidades perdidas
para siempre.

Soy la percepción
desdoblada;
el delirar de los ojos
y los oídos;
todo lo que se pueda ver
en un solo golpe de luz;
ceguera;
daños permanentes;
esquizofrenia;
la percepción desdoblada
no es más
que la confusión de los sentidos;
escuchar colores;
tocar el ruido;
esquizofrenia.

miércoles, 20 de abril de 2011

Things you don't know about yourself

I'm thirty two years, one month
and eleven days old,
and I just learned
what color my eyes are.

Erin Tyler - More Things You don't Know About Yourself

Resulta, como todas las sesiones de estudio, que a un lado de la mesa se desarrolla una actividad paralela. Diana gira una ruleta. Mano derecha, verde. Tres de ellos luchan en el enredo de cuerpos para poner la mano en donde se debe. A la derecha del juego, estudio. Cinco de nosotros peleamos en contra de una integral o algo así. Y Gabriela escribe en mi cuaderno que sí puedo, porque la integral  o algo así es una dificultad insorteable. Y no puedo, así que me explica de nuevo. A un lado, el nudo de cuerpos ríe. Cuando termine la integral o algo así, podré jugar con ellos.

Dos horas después, la integral o algo así todavía es un montón de garabatos sobre la hoja de papel. Números cada vez más erráticos, disfrazados de operaciones. Gabriela no ha perdido la paciencia; explica de nuevo cómo deben relacionarse los números y las variables y los signos. Si resolviera el ejercicio, podría jugar con los demás, que ya no estudian. Gabriela no puede jugar: enfermedad congénita. Pero sí toma mi mano. Y sí me explica de nuevo cómo deben relacionarse los números y las variables y los signos. Y toma mi mano de nuevo. El ejercicio está resuelto. Los números erráticos ahora tienen algo de sentido. Podría jugar, pero prefiero esa mano sobre la mía. Los demás nos ignoran a propósito. Nos dejarán solos para encontrarle sentido a las células que forman nuestras manos.

Y después, años después del silencio y el fracaso deliberado, después de la sesión de estudio, las manos se olvidaron; son otras manos y acarician a otras manos. Lo que ocurrió no es más que la corrosión del tiempo; una escisión absoluta. Ni ella ni yo recordamos ese impulso que unió nuestras manos, pero ahí estaba el miedo al destino (que sigue ahí; ese miedo a lo inevitable). No sé por qué, pero olvidé cuánto la quería; y olvidé que en algún momento era feliz: sol en la cara, calor, caminatas interminables, silencios. Olvidé que un incendio cabe entre dos manos. Y que siempre hay un vacío interminable; espacios en la memoria que sólo pueden llenarse con fuego; cauterizar la memoria; calmar ese torbellino que arroja nombres al azar. Siempre ese vacío, esa carencia que no puede nombrarse, porque no tiene nombre. Olvidar que la memoria sólo puede llenarse con símbolos; significados inabarcables, pero presentes; ahí, cuándo, dónde. La memoria no es más que una colección de símbolos ciegos, como los impulsos y como los incendios entre las manos. El recuerdo súbito es una caída. Recordé quién era, porque lo había olvidado.

martes, 12 de abril de 2011

Miedo

Le creímos. Cuando nos dijo que regresaría en veinte minutos, le creímos. Malditas sean las navajas. No regresó. Lo que ahora recuerdo de él es una cara rígida con los ojos cerrados; las manos sobre el pecho. ¿Por qué los muertos deben tener las manos sobre el pecho? ¿Qué gano con saber que todavía tiene las manos pegadas al cuerpo? Eso son los muertos: partes de un cuerpo unidas por alguna razón. Pero él no es esa cosa que enterramos. Durante la misa nos dijeron eso. Le creímos al sacerdote de la misma forma en la que le creímos a él cuando dijo que volvería. Regresó un cuerpo perforado que ya no era él.

Él es sólo un recuerdo desmantelado. Desmantelado porque ya no recuerdo la forma en la que me molestaban sus modos. Está muerto, con las manos sobre el pecho en un terco afán de mostrar que todavía es un cuerpo completo, pero muerto. El recuerdo está desmantelado. Desmantelado porque ahora sólo pensamos en lo amable que era, y lo bueno, y cómo siempre llegaba a tiempo. Pero sus modos siempre me parecían (parecían; ya no) molestos. Siempre tenía ese tono de somnolencia cuando hablaba. Siempre acariciaba mi cabello en una forma molesta. Nunca fue cariñoso con su esposa. Pero  el recuerdo está desmantelado. La muerte desmanteló al recuerdo. Hace dos días soñé con él. Me pidió prestado un pañuelo (no tengo pañuelo) y no me lo devolvió. Pero el sueño ahora está desmantelado; ya tiene un nuevo significado que no comprendo.

El sueño es misterioso. Ahora lo veo como un jarrón negro frente a un fondo turbulento. Él es el fondo que no puedo ver. El jarrón es el nuevo significado. Quizá si él siguiera vivo, entendería el sueño, pero los sueños sobre los muertos se tratan sobre eso; sobre ese misterio diseñado para confundirnos; despertar a mitad de la noche y pensar que sigue vivo, que está en su cuarto y ronca, que mañana acariciará mi cabello y me molestaré. Pero sólo hay silencio y la dificultad para volver a dormir. Lo peligroso de las pesadillas es que nos roban energía después. Nos roban las noches y los días y después ya no hay suficiente tiempo para recuperarse. Uno nunca se recupera de un mal sueño y nunca se recupera de las manos ajenas sobre el pecho. Miedo.

martes, 15 de marzo de 2011

Perfecta

Amé a Marisol. No mucho; sólo la amé porque éramos una combinación perfecta. Era perfecta como cada uno de nosotros, así que no era especial. Pero la amé un poco, porque tenía una voz siempre tranquila y siempre dispuesta. Y sus mejillas se volvían rojas. Y las líneas en sus manos no eran nada especial: un juego entrecruzado de líneas que terminaba en uñas y en unos brazos delgados. Su cabello no era nada especial: árboles que crecían desde la tierra blanca y caían sobre sus hombros. Su voz sólo era tan perfecta como la mía o la de Daniela o la de Laura.

Pero ella era más que perfecta. Su padre tenía tres trabajos; su madre sólo uno. Vivían los tres en un cuarto pequeño y comían carne calentada en el mismo comal que las tortillas y los frijoles. Las mejillas se tornaban rojas, pero la mirada tomaba un tono más serio: temía que yo la juzgara. Juzgué los frijoles, porque no me gustan; y juzgué la forma en la que se quemó el dedo índice al voltear una tortilla. No a ella. Justo en ese cuarto pequeño, en medio de todas sus vecinas que no eran tan bonitas ni tan perfectas como ella, Marisol era perfecta. Cada uno de sus movimientos parecía tan calculado que al final no había tiempo para concentrarse en los detalles de su mano.

Ella era una de nosotros; perfecta. Pero era todavía más perfecta cuando no estaba entre nosotros. Cuando todas sus vecinas la odiaban, por no ser tan perfectas como ella. Supongo que es mejor que ahora esté tan lejos; lejos del cuarto pequeño en el que no cabe más que la perfección de sus movimientos y la quemadura en sus dedos. Y espero que esté muy lejos, en un lugar en el que los golpes de su padre y el hambre y yo no seamos más que un punto lejano que apenas se alcance a distinguir.

sábado, 5 de marzo de 2011

Magia

Formularé todos los métodos para destruirme. Todos y cada uno, diseñados de forma perfecta para destruir cualquier representación mía. La miseria en su forma más pura; diseñada para llevarme a ese momento una y otra vez. Caer de la escalera que tardé en subir. Y el amor, juego de espejos; y la miseria juego de espejos y lo que digo juego de espejos y no soy más que humo y espejos; una ilusión contradictoria que estoy obligado a sostener. Y cuando creo estar lejos, estoy justo en donde comencé: la miseria en su forma más pura; una contradicción, humo y espejos; el fuego todavía en la garganta y la fuerza del golpe con aquel lugar en el que la miseria se muestra con todo el fulgor que cabe en sus alas grises. Inevitable, envuelve cada una de mis formas con su peso de fuego gris. Y volver al lugar de la miseria; humo y espejos, donde no soy más que un sueño mal recordado. Y el humo y los espejos; y los pulmones bloqueados ante la desdicha intragable; la insaciable sensación de vacío, mostrándose con todo el fulgor que cabe en sus alas grises. Y el amor juego de espejos; y yo, juego de espejos, vieja ilusión repetitiva; vieja contradicción mal recordada; el sueño oxidado; los veranos podridos como el juego de espejos y el aciago fulgor de la desdicha y el humo en los pulmones y los ojos de la muerte y la contradicción y el mal sueño y el mal recuerdo. Y aquel lugar en donde la miseria me mira a los ojos.

lunes, 21 de febrero de 2011

El particular desinterés

El problema con la decoración de su cuarto es que nunca hay dónde guardar cosas. Sí, la mesa es muy bonita; también el sillón, aunque es muy incómodo. Además, nunca me deja poner el café sobre la mesa, pero la decoración es muy bonita. Y el asunto es que no se puede estar cómodo en su casa, porque siempre hay que preocuparse por utilizar un portavasos y no ensuciar con los pies. Siempre en su casa se respira cierto aire de incomodidad. Pero no importa, porque siempre salimos y ahí la incomodidad se disipa. Es que no hay problema si llueve, porque le gusta saltar en el lodo; y tampoco hay problema si regresamos muy tarde. Y en esa ocasión se le ocurrió de la nada que nos fuéramos a Acapulco. Podríamos dormir en su carro y regresar al día siguiente. Dijo que conocía una playa en la que podíamos nadar desnudos. Y bueno, qué se hace sino seguir ese impulso repentino y ciego que lo lleva a uno a nadar desnudo y dormir en el auto. Y así lo hicimos; y el sol nos quemaba en el camino de ida. Y el sol de la playa vacía iluminaba todo de un color naranja discreto; el color de su piel era un poco más rojo por el calor; se complementaba su rostro de sol con su sonrisa de sol mirándome desde el asiento del pasajero; y era la pasajera perfecta; seleccionaba la música adecuada en el momento adecuado y sonreía de manera adecuada. Y no nadamos, porque llegamos tarde y había aguamalas en la playa, pero sí compramos un par de cervezas y bebimos; y vimos la puesta de sol con particular desinterés; y dormimos a las dos de la mañana con particular desinterés. Al día siguiente, regresamos a desayunar en su casa con el minimalismo y los pies de arena; no le importó que el piso se ensuciara. De cualquier manera, no diario se siguen esos impulsos que lo llevan a uno al borde de la arena y a los pies en el agua; y luego el sillón incómodo, pero las sonrisas todavía con ese tono anaranjado de la puesta del sol y la luna llena y los millones de estrellas que están ahí y que miramos con particular desinterés. Y ya.

lunes, 14 de febrero de 2011

Más sobre la imitación de Octavio Paz

El surrealismo ha sido el clavo ardiente en la frente
del géometra y el viento fuerte que a media noche
levanta las sábanas de las vírgenes.
[...]
El surrealismo ha sido esto y esto y esto.

—O. P. - Esto y esto y esto 

La posmodernidad es la novia neurótica de la teoría política.

La posmodernidad es el retiro para empresarios sobre coaching ontológico [sic], pero sin desayuno ejecutivo.

La posmodernidad es el feminismo que le dio a la mujer la libertad de participar en concursos de playeras mojadas sin la opresión del macho ni del hombre ni de nadie más.

La posmodernidad es la libertad desnuda, mostrando sus tatuajes comunistas y comunitarianistas y comunitaristas, porque le gustaron los dibujos y las líneas y los símbolos japoneses. No sabe qué significan.

La posmodernidad es el tío alcohólico que arruinó la boda del sueño moderno.

La posmodernidad es el programa de concursos en el que la racionalidad siempre pierde.

La posmodernidad es el eterno acaecer de la posvisión pospoética.

La posmodernidad es una comida de negocios con putas privadas para todos.

La posmodernidad es la pornografía en blanco y negro; alta definición y moraleja.

La posmodernidad es la misa de domingo para los juniors, pero no para sus guardaespaldas. Putas privadas para todos.

La posmodernidad es la sección de cine de arte [sic] en todos los videoclubs.

La posmodernidad es el niño de siete años con smartphone.

La posmodernidad es el plexo de significatividad re-abierto ante sí, por sí, y para sí mismo. Nosotros quedamos fuera de él.

La posmodernidad es la despedida de soltera —estríper, martinis y paletas con forma de pene— de la racionalidad científica.

La posmodernidad es el tercer simposio internacional de albures, con la conferencia magistral "La reconstitución asentada de las intenciones longitudinales".

La posmodernidad es el té chai latte del local de comida rápida.

La posmodernidad es la desmitificación de todos los doctorandos en los puntos más finos del dadaísmo.

La posmodernidad es el estudio universitario de cómo las redes sociales han venido cambiando nuestra forma de percibir la realidad [sic].

La posmodernidad es el socialismo paternalista que cuida a todos y cada uno de sus habitantes; gobernantes primero; putas privadas para todos.

La posmodernidad es esto y esto y esto.

domingo, 30 de enero de 2011

Un tango

Y por cuánto tiempo
bailaremos
este tango
autodestructivo.

Cuántas veces más
nos destruiremos
con las manos
en la cadera
y las miradas hacia los pies.

Cuántas veces más
te desvanecerás
entre mis dedos.

Tus pasos suenan
igual que la ponzoña
del hielo envenenado;
¿cuánto más
debo beber de tus labios?

lunes, 17 de enero de 2011

Diagnóstico

I am not letting you check out.
You'll beat this–starting now
and you will always be around.

Brand New - Guernica

Una tragedia predefinida: el olor de los hospitales; el color verde violáceo que tiñe todas las almas de gris. El calor controlado, como la asepsia y los zapatos blancos; y el sol que se pone en los ojos que se cierran; una especie de silencio pre-establecido, diseñado para los enfermos, con su cordura latente. El incesante tumulto de plegarias, como humo que se disipa. La comida grisácea, el sabor de la sangre; el aroma del cloro y la inestable mano sujetando los dedos; los tubos de suero, como líneas de pesca.

El sentimiento de la fatalidad en su sentido más puro: destino vaticinado en una hoja de papel; el deseo del azar, materializado en la más cruel de las formas. Cada gota de suero es un deseo invalidado. Cada movimiento en una silla de ruedas es el asesinato sordo de un paso. Cada gota defectuosa de tu sangre es el mal recuerdo de algo que nunca vi. Nunca vi tu sangre, ni las líneas de pesca atadas a tus venas. Tu historia es una lista de nombres que alguna vez tocaron tu hombro. Nunca vi el momento en el que la lista desapareció, y los nombres se convirtieron en barrotes de metal, calor predefinido, silencio y plegarias. Incluso sé de alguien que disipó una plegaria en tu nombre y después dijo que no existe ningún dios. Lo sé porque lo escuché; y vi la forma en la que su espíritu se desvaneció en la desdicha. Y sólo quería decirlo porque me niego a creer que tu destino está escrito, a pesar de que lo conozco. He visto cómo te desenrollas en mis sueños; cómo te conviertes en un templo en el que se disipan las esperanzas; y eres la única persona que puede volar además de mí. Y quería decirlo porque sé que puedes volar demasiado lejos, demasiado alto y demasiado rápido. Puedes volar en cualquier momento a donde las manos no son sino puntos lejanos que ya no pueden tocar tu hombro.