I'm thirty two years, one month
and eleven days old,
and I just learned
what color my eyes are.
what color my eyes are.
—Erin Tyler - More Things You don't Know About Yourself
Resulta, como todas las sesiones de estudio, que a un lado de la mesa se desarrolla una actividad paralela. Diana gira una ruleta. Mano derecha, verde. Tres de ellos luchan en el enredo de cuerpos para poner la mano en donde se debe. A la derecha del juego, estudio. Cinco de nosotros peleamos en contra de una integral o algo así. Y Gabriela escribe en mi cuaderno que sí puedo, porque la integral o algo así es una dificultad insorteable. Y no puedo, así que me explica de nuevo. A un lado, el nudo de cuerpos ríe. Cuando termine la integral o algo así, podré jugar con ellos.
Dos horas después, la integral o algo así todavía es un montón de garabatos sobre la hoja de papel. Números cada vez más erráticos, disfrazados de operaciones. Gabriela no ha perdido la paciencia; explica de nuevo cómo deben relacionarse los números y las variables y los signos. Si resolviera el ejercicio, podría jugar con los demás, que ya no estudian. Gabriela no puede jugar: enfermedad congénita. Pero sí toma mi mano. Y sí me explica de nuevo cómo deben relacionarse los números y las variables y los signos. Y toma mi mano de nuevo. El ejercicio está resuelto. Los números erráticos ahora tienen algo de sentido. Podría jugar, pero prefiero esa mano sobre la mía. Los demás nos ignoran a propósito. Nos dejarán solos para encontrarle sentido a las células que forman nuestras manos.
Y después, años después del silencio y el fracaso deliberado, después de la sesión de estudio, las manos se olvidaron; son otras manos y acarician a otras manos. Lo que ocurrió no es más que la corrosión del tiempo; una escisión absoluta. Ni ella ni yo recordamos ese impulso que unió nuestras manos, pero ahí estaba el miedo al destino (que sigue ahí; ese miedo a lo inevitable). No sé por qué, pero olvidé cuánto la quería; y olvidé que en algún momento era feliz: sol en la cara, calor, caminatas interminables, silencios. Olvidé que un incendio cabe entre dos manos. Y que siempre hay un vacío interminable; espacios en la memoria que sólo pueden llenarse con fuego; cauterizar la memoria; calmar ese torbellino que arroja nombres al azar. Siempre ese vacío, esa carencia que no puede nombrarse, porque no tiene nombre. Olvidar que la memoria sólo puede llenarse con símbolos; significados inabarcables, pero presentes; ahí, cuándo, dónde. La memoria no es más que una colección de símbolos ciegos, como los impulsos y como los incendios entre las manos. El recuerdo súbito es una caída. Recordé quién era, porque lo había olvidado.
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