lunes, 28 de noviembre de 2011

A

Para Pachu,
exista o no.

No hablemos sobre distancias, entonces. Esta distancia o aquella; da lo mismo. ¿No es lo mismo hablar de distancias que hablar sobre frío y sobre el llanto y sobre correr hasta el cansancio y dejarse caer sobre una nube? No lo es; nada que decir y nada que escuchar. No importa lo que decimos. Importa el instante, y correr para siempre, y detenerse, y el frío. Pero no importan las distancias. Como esa vez en la que el mundo se redujo a un instante; a un par de manos —ahora frías, da lo mismo— que ya no hablan y ya no dicen nada. No hablemos sobre eso, ni sobre el pasado, ni sobre el futuro. Háblame del ruido o no me hables de nada; lo mismo da. Hablas con tu silencio. Gritas con tu silencio de luna y tu brillo de sol —porque eso eres—. Hablas con tu mirada; gritas con tus manos, te desintegras en la distancia y existes de nuevo en la caída. Prevaleces en la caída. Te desvaneces en la caída. No necesitas de otras manos para labrarte, porque existes en toda caída; iluminas todos los rincones, destruyes las distancias y devoras planetas. No cabes en palabras —y qué bueno— porque el mundo es demasiado pequeño para tu brillo. Tus pasos de piedra resuenan en las nubes. No hablemos sobre distancias, entonces; porque las distancias no aguantan tu paso.