viernes, 12 de agosto de 2011

Un montón de referencias

Y Minerva, que sufría de hiperexcitación lacrimal. Cualquier momento podía convertirse en un río de lágrimas. Reía y lágrimas; estudiaba, lágrimas; compartía tres palabras con el encargado del café, lágrimas; se enamoraba y lágrimas. Y no importaba la tristeza, siempre había lágrimas y sus mejillas enrojecidas. Lucía se sorprendió las primeras veces, pero la costumbre se instaló entre ambas y siempre había un pañuelo, o un papelito para las lágrimas inoportunas. Y Minerva era algo inoportuna: despertaba en sus interlocutores el instinto protector; salvar a la damisela en apuros; besar delicadamente su mano, etcétera. Y Minerva conoció todas y cada una de las formas de protegerla: el trilladísimo gesto de secar su lágrima con el pétalo de una rosa blanca (sí, en serio), abrazarla paternalmente, besar delicadamente su mano, etcétera.

Nada la sorprendía. Sus interlocutores se dejaron arrastrar por sus lágrimas. Y sí, cómo resistirse a la damisela en apuros con lágrimas sobre las mejillas (rojas) y el brillo en los ojos. El problema permanecía: las lágrimas eran culpa de sus ojos, no de la tristeza ni de la agonía ni de la mosca que, inocentemente, murió en su sopa minestrone. La culpa era de la genética y de las glándulas. La damisela no estaba en apuros; no necesitaba de la mano viril, del músculo incendiario que secaba sus lágrimas, ni del pétalo de la rosa blanca. Minerva sólo dejaba caer las lágrimas, porque eran insignificantes. Tanto como el gesto del caballero que secaba sus lágrimas. Apariencias y apariencias, instinto genético de salvar al eslabón débil de la especie. Y cómo resistirse a los ojos lacrimeantes de Minerva.
Y cuánta esperanza cayó sobre sus ojos cuando conoció a Virgilio, ciego de nacimiento. Cuántas tardes pasó genuinamente confundida. Alguien que no podía ver sus lágrimas genéticas y la trataba como a cualquier otra; como si sus ojos no representaran la tristeza acumulada de mil generaciones de los egipcios y las pirámides; y los miles de años de los vivos y los muertos (porque sus ojos no representaban tal cosa; eran unos ojos húmedos y nada más). Y cómo lloró verdaderamente (sin lágrimas: la ironía es necesaria) cuando supo que Virgilio, el único que la veía como una más, no estaba solo. Cuánta desesperanza cupo en sus mejillas cuando supo que Virgilio pasaba las tardes tomado del brazo de una Margarita cualquiera; que la Margarita cualquiera dormía en la misma cama que él. Y cuánta sorpresa cupo en sus lacrimales cuando su llanto era seco. Y cuánta fue su dicha cuando descendió vertiginosamente los diez pisos desde su departamento hasta la calle.

domingo, 7 de agosto de 2011

Edición

Te inventé. Eras un extraño en mi casa y un extraño en mi vida y un extraño. Y luego la mudanza y el cansancio. El cansancio suficiente como para vencer a mi lengua y mi voz. Dormí casi desmayada sobre tu hombro porque las almohadas están en alguna de las cajas y no sé en cuál. Y para qué buscarlas, cuando se puede estar tan bien ahí, entre las cajas y el sudor y el cansancio. Todavía no hay agua caliente ni gas. Mañana instalan el teléfono y el lunes activan el elevador. Pero aún así eres un desconocido, y soy una desconocida y somos desconocidos. Te invento porque no te conozco. Planté una semilla en ti para verla crecer. Y crece: somos ramas que se entrelazan, pero no un árbol. Somos árboles distintos. Somos átomos del bosque y el bosque nos diluye. Somos árboles que se diluyen. Todo es dilusión, entre el sudor, las cajas, el polvo, los baños con agua fría, tu hombro y mi cabello acalorado. Nos diluimos porque no nos conocemos. Es más fácil diluirse que todo lo demás; el bosque, la mudanza, las reparaciones, el agua fría y el sudor. Es más fácil diluirse, dormir con el calor y las cortinas abiertas para despertar con el sol. Y el desayuno frío, no reconocerte y casi gritar. Perder la concentración y romper un plato.

Es más fácil diluirse. Esgrimir el cansancio en contra del tiempo. Detener la tarde justo en su momento más rojo. Es más fácil diluirse con el desconocido y ver cómo crece la semilla. Prefiero la dilusión; mejor inventarte que descubrir cada centímetro. Mejor diluirse en el instante que perderse con el tiempo. Inventarte porque eres un desconocido. Desconocerte, pero plantar una semilla y el sudor y las cajas. Escaleras oxidadas; ventanas rotas. Mejor diluirse que mentir. No preguntar quién eres; no definirnos para poder convertirnos en lo que queramos. No saber quién eres porque no lo sabes. No decirte quién soy porque tampoco lo sé. Mejor diluirse en el bosque; entrelazar las ramas y quedar como desconocidos. Mejor crecer juntos sin saber quiénes somos, porque nunca lo sabremos.

Texto de una invitada anónima

jueves, 4 de agosto de 2011

Inerciático

¿Objetividad? Lo que sobra es objetividad. Sobra esa respiración recursiva, con su vaho sofocante, su olor; el olor de la saliva. Sobra objetividad, esa fría recolección de eventos, datos, colores que han perdido su brillo. El recuerdo es una mancha gris. Sí recuerdo, pero como una mancha gris. Como esa mirada cubierta de desinterés. Y nada que decir, porque la mirada no tiene en el fondo más que ese vaho desinteresado, gris; esa objetividad que siempre está de más.

Y para qué. Para qué apagar el incendio. Para qué detener la marcha, esa inercia desquiciada; esa inercia que perdió su carril hace tanto tiempo. Para qué apagar el incendio. Y qué decir de este motor que me arrastra. Qué decir de la inercia, fuerza ciega; si callo es porque no hay razón para decirlo. El incendio está ahí; se ve. Para qué apagarlo. Para qué detenerse cuando todo lo que soy es movimiento. Para qué el equilibrio. Para qué interpretar el ruido. Para qué interpretar el silencio. Para qué interpretar miradas cubiertas de desinterés. Ese desinterés activo, que destroza las intenciones. Para qué la esperanza, inercia vacía. Para qué la voluntad, que flaquea ante el silencio. El silencio es vacío, y aún así nos derrota; aún en contra del vacío, la voluntad tiembla. Para qué intentarlo. Para qué quedarse ahí. Para qué. Para qué la nostalgia. Para qué la búsqueda.

Tener un lugar. Y un tiempo. Estar inmerso en el lugar y el tiempo. Ser arrastrado por el lugar y el tiempo. Ser algo en el lugar y el tiempo. Amar en el lugar y el tiempo. Romper los huesos en el lugar y el tiempo. Hacer guerras en el lugar y el tiempo. Sufrir en el lugar y el tiempo. Nada es permanente en el lugar y el tiempo. Todo tiene un lugar y un tiempo. Todo desaparece del lugar y el tiempo. Morir en el lugar y el tiempo. Esperar en el lugar y el tiempo. Doblar la voluntad en el lugar y el tiempo. Desmoronarse, estar vivo, furioso, presente, activo, tomar veneno cual licor suave en el lugar y el tiempo. Y después qué.

Una confesión: no pasa nada después del lugar y el tiempo.