jueves, 5 de noviembre de 2009

Condensación

el aciago fulgor de la desdicha,
como un ave petrificando el bosque
con su canto

-Octavio Paz - Piedra de Sol


Silencio:
la cabeza apoyada en la ventana, el pie sobre el freno, el celular en una mano, tráfico de dos horas en un trayecto de quince minutos, dilatación del tiempo, el núcleo del cuerpo emana un calor molesto que se sofoca en el cinturón de seguridad, el celular en una mano: llamar a alguien; música lenta como el movimiento de los carros, de cualquier manera hay silencio en su cabeza; el celular en la mano: mejor no molestar.

La vi desde mi auto y me sentí triste por ella. Sus ojos mostraban el cansancio acumulado; ese cansancio emocional, el indeciso desvarío de sus manos tratando de decidir: la llamada sería crucial, lloraría en medio del tráfico y los otros conductores la verían. Gran vergüenza. La desdicha fulguraba de su piel como el frío sobre la avenida.

Ella soñaba despierta con llorar torrencialmente entre los brazos de alguien. Lo sé porque casi abrazaba el cinturón de seguridad. En lugar de un abrazo que la contuviera, recibió el ruido de un claxon. El celular en la mano: llamada recibida, algo de plática superficial, una sonrisa tratando de ocultar el brillo de la miseria. Cuando colgó, clavó la mirada en el tablero. Vi a través de sus ojos las luces opacadas por las lágrimas contenidas; sentí el calor incómodo de su abdomen como si fuera mío; vi los ojos ajenos evitándola, oídos cerrados a sus gritos, el celular en la mano hace mucho tiempo: nadie a quién llamar; sentí la rugosidad fría de su volante, ignoré la música de fondo igual que ella; sostuve su celular en mis manos, pero ella no lo sintió.

Yo era ella.

2 comentarios:

Pachu dijo...

Llorar en el tráfico puede ser reconfortante. Hasta que llegas a Palmas, con los ojos a punto de saltar de sus cuencas, ahogada en sollozos, con el corazón roto a gritos y te ofrecen flores, flores que no tienes el dinero para comprar, que desearías que alguien más las hayas llevado para ti, hasta la puerta. Y es entonces que rompo el silencio de nuevo: a gritos. Desesperada, decepcionada y triste. El cinturón de seguridad nunca ha sido un buen consuelo, no es más que un abrazo mediocre enviado por la miseria en la que se vive. En medio de la nada que antes se disfrazó de todo pero se cansó.

L dijo...

Trasvesti.