El consultorio tenía ese aroma verde del desinfectante. El niño estaba algo incómodo, acostado desnudo sobre la camilla de metal ahora-no-tan frío. La madre estaba sentada frente al escritorio del doctor, con el codo apoyado en su pierna derecha y el puño cerrado frente a la boca; se notaba su preocupación.
–Señora, parece que el tumor que encontramos en el cerebro de su hijo es benigno. En los últimos meses no ha cambiado de tamaño, así que/
–¿Así que qué?
–/no es necesario extirparlo. De hecho sería más peligrosa la extracción que los efectos del tumor en su hijo.
El tumor causó una especie de autismo en el hijo: percibía el mundo exterior, pero reaccionaba como autómata. El electro-encefalograma detectó una cantidad enorme de actividad cerebral, a pesar de que nunca se manifestaba. Además, el coeficiente intelectual del niño crecía exponencialmente. Sin embargo, su actividad cerebral necesitaba cantidades enormes de energía: el niño tenía que comer cada vez más.
Años después, el apetito necesario del niño había gastado una gran parte de la fortuna de su familia. Fue saliendo poco a poco del mundo interior, primero con algunas palabras simples. En dos meses alcanzó un vocabulario superior al promedio, pero nunca expresaba sentimientos realmente; ni siquiera cuando algo le dolía. Su madre, ahora menos preocupada, casi sufrió un infarto al escucharlo llorar: el niño se volvió tan inteligente que se inventó sentimientos.
1 comentario:
Me gustaría ser tan inteligente para aceptar los que ya tengo. Apestan.
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