lunes, 30 de noviembre de 2009

Gravedad

Toma el beso
en la mano
y refugia
tus deseos
en él.

Reconoce:
al miedo
entre el suelo
y tus pies;
el miedo
al libro;
el miedo
a cada letra
de cada carta
que mueres por escribir
que mueres por recibir.

Tu mundo gira
alrededor
de la punta
de sus dedos.
El mar aguarda
para revolcarte
como en aquella ocasión.

Esto es importante:
no morirás
mientras el mar te arrastre.

Egoísmo,
respira despacio
mientras sientes el miedo.
Afuera,
lejos de ti,
se consumen las ideas;
el suelo se mueve;
el presente
es mejor que el pasado.
Pero sigues
arrastrando cadáveres;
besando fantasmas
mientras el tiempo
consume tus deseos.

Así que besa la mano.
Esto es importante
porque llevas mucho tiempo
sin darte cuenta
de que hoy besó tu mano.

domingo, 29 de noviembre de 2009

Aperitivo para algo mejor

El consultorio tenía ese aroma verde del desinfectante. El niño estaba algo incómodo, acostado desnudo sobre la camilla de metal ahora-no-tan frío. La madre estaba sentada frente al escritorio del doctor, con el codo apoyado en su pierna derecha y el puño cerrado frente a la boca; se notaba su preocupación.

–Señora, parece que el tumor que encontramos en el cerebro de su hijo es benigno. En los últimos meses no ha cambiado de tamaño, así que/
–¿Así que qué?
–/no es necesario extirparlo. De hecho sería más peligrosa la extracción que los efectos del tumor en su hijo.

El tumor causó una especie de autismo en el hijo: percibía el mundo exterior, pero reaccionaba como autómata. El electro-encefalograma detectó una cantidad enorme de actividad cerebral, a pesar de que nunca se manifestaba. Además, el coeficiente intelectual del niño crecía exponencialmente. Sin embargo, su actividad cerebral necesitaba cantidades enormes de energía: el niño tenía que comer cada vez más.

Años después, el apetito necesario del niño había gastado una gran parte de la fortuna de su familia. Fue saliendo poco a poco del mundo interior, primero con algunas palabras simples. En dos meses alcanzó un vocabulario superior al promedio, pero nunca expresaba sentimientos realmente; ni siquiera cuando algo le dolía. Su madre, ahora menos preocupada, casi sufrió un infarto al escucharlo llorar: el niño se volvió tan inteligente que se inventó sentimientos.

sábado, 21 de noviembre de 2009

Tic B

Anoche sonreí
después de la bocanada
de cigarro.
Estábamos lejos,
pero tal vez
sólo físicamente.
Sonreí
porque vi la fuerza
necesaria
para hacerlo.

Equilibrio.

Anoche levanté
los escombros
de mi cara
y encontré
que no estoy solo
y no estoy vacío
y no estoy.

Equilibrio,
fumar tres cigarros
y sonreír de nuevo.
Hoy todavía puedo,
y es lo único que importa.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Caída

El cielo fulgura,
un nudo en la garganta
se cierra
y cae sobre el pasto
ya sin respirar.

El cielo fulgura;
los ojos se cierran
y sonríe
mientras respira de nuevo.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Pátzcuaro, 1972

En las noches frías, Julia deja abierta la ventana para que Samuel entre sin que nadie en la casa se dé cuenta. Espera acurrucada y con la cabeza cubierta por el gabán para amortiguar el ruido de los mosquitos. Afuera se escuchan los grillos y el eventual chapoteo de los peces en el lago enorme.

Aquella noche Samuel remó lentamente a través del lago; el reflejo de la luna menguante sobre el agua temblaba como con nervios; un pequeño chapoteo distrajo al tripulante del bote de su monólogo interno: un murciélago bebiendo; Samuel escuchó murmullos fríos: un búho; el aire estaba cribado y cubierto de niebla respirable; el lago respiraba al mismo ritmo que los remos del pequeño bote.

Julia esperó afuera de su casa, en el pequeño muelle de madera. Cuando Samuel llegó, respiró cierto aire de familiaridad que emanaba de la niebla impregnada del olor a jazmín de Julia. No dijeron nada. Ella subió al bote y esperó a que Samuel dejara de remar en medio del lago. Sólo entonces recargó sus trenzas en el hombro y lloró en silencio. Él notó el moretón en el rostro de Julia y sintió un calor súbito escalando su abdomen, pero se limitó a mantener la firmeza de su hombro.

Media hora después, tomó los remos de nuevo y llevó el bote hasta su casa. Ahí tomó todos sus ahorros escondidos: mil doscientos treinta y seis pesos; guardó las llaves de su camioneta en la bolsa de su camisa y respiró profundamente en cuatro ocasiones. Julia esperó afuera de la casa; esperó por segunda ocasión en la noche y se asustó un poco cuando sintió un murciélago volando cerca de su hombro izquierdo: el mismo hombro que, minutos antes, sintió el calor de Samuel.

Julia sintió el calor de nuevo cuando él salió de su casa y tomó su cintura. Huyeron a cualquier pueblo y con el tiempo Julia comenzó a vender carpetas tejidas a mano en la plaza del pueblo. Samuel consiguió trabajo haciendo reparaciones en donde se necesitaran. Con el tiempo consiguieron una casa de un solo cuarto, pero colores vivos.

En los mejores días, Julia calienta frijoles, huevos y tortillas en una estufa junto a la cama. Espera a Samuel en una silla de bejuco y se ventila con un abanico maltratado por el uso. Afuera se escucha el paso de la gente, como un murmullo diluido en el olor de los frijoles negros. También se escucha el sonido de una banda mal afinada más lejos, en la plaza: es domingo.

domingo, 8 de noviembre de 2009

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jueves, 5 de noviembre de 2009

Condensación

el aciago fulgor de la desdicha,
como un ave petrificando el bosque
con su canto

-Octavio Paz - Piedra de Sol


Silencio:
la cabeza apoyada en la ventana, el pie sobre el freno, el celular en una mano, tráfico de dos horas en un trayecto de quince minutos, dilatación del tiempo, el núcleo del cuerpo emana un calor molesto que se sofoca en el cinturón de seguridad, el celular en una mano: llamar a alguien; música lenta como el movimiento de los carros, de cualquier manera hay silencio en su cabeza; el celular en la mano: mejor no molestar.

La vi desde mi auto y me sentí triste por ella. Sus ojos mostraban el cansancio acumulado; ese cansancio emocional, el indeciso desvarío de sus manos tratando de decidir: la llamada sería crucial, lloraría en medio del tráfico y los otros conductores la verían. Gran vergüenza. La desdicha fulguraba de su piel como el frío sobre la avenida.

Ella soñaba despierta con llorar torrencialmente entre los brazos de alguien. Lo sé porque casi abrazaba el cinturón de seguridad. En lugar de un abrazo que la contuviera, recibió el ruido de un claxon. El celular en la mano: llamada recibida, algo de plática superficial, una sonrisa tratando de ocultar el brillo de la miseria. Cuando colgó, clavó la mirada en el tablero. Vi a través de sus ojos las luces opacadas por las lágrimas contenidas; sentí el calor incómodo de su abdomen como si fuera mío; vi los ojos ajenos evitándola, oídos cerrados a sus gritos, el celular en la mano hace mucho tiempo: nadie a quién llamar; sentí la rugosidad fría de su volante, ignoré la música de fondo igual que ella; sostuve su celular en mis manos, pero ella no lo sintió.

Yo era ella.

lunes, 2 de noviembre de 2009

I am the morning

Con el dolor de cabeza. Respiramos el aire pegajoso y viciado de la noche anterior; apagué la alarma para despertarnos y me levanté muy despacio. Nada de buenos días, sino una caminata incómoda hacia la cocina para encontrar un refrigerador vacío.

-No hay comida.
-Ya sé. ¿Qué hora es?
-Cuarto para las seis. Todavía está oscuro.

Tomamos un vaso de agua para cada uno y lo bebimos hasta el fondo. Luego otro. Después medicina contra el dolor de cabeza. Ella se bañó primero. Salimos de su casa a las seis y media, todavía con el dolor de cabeza y los pasos incómodos. Subimos a mi auto para buscar en dónde comer algo, pero dimos vueltas por media hora y nada. Teníamos clase a las ocho, pero la escuela estaba cerca.

Hartos de las vueltas, compramos material para comida grasosa en el minisuper. Después del desayuno improvisado, decidimos faltar a la escuela. Salimos a su balcón, cada uno con una cerveza en la mano y cada uno con su dolor de cabeza y cada uno con el caminar incómodo y el aire viciado y el malestar general y el calor. El sol apenas se asomaba. Apoyé mis brazos en el barandal junto a ella; nuestras manos apenas se rozaban.

Así vimos el amanecer.