lunes, 5 de octubre de 2009

Tic A

Diana tomó la tercera pastilla contra el dolor de cabeza en menos de seis horas. Revisó su celular: ningún mensaje nuevo, ninguna llamada perdida. Esperó la inspiración frente a su libreta, pero nada. Tomó un trago de su vaso con jugo de alguna fruta exótica y pensó en flores amarillas por media hora, pero nada. Revisó su celular de nuevo para ver la hora, pero no se fijó realmente en qué hora era. Sólo fue un movimiento instintivo.

Cuando llegó la inspiración, escribió acerca de dos oficinistas que se encontraban por casualidad en el Metro. La historia se acercaba al clímax cuando una molesta canción sonó en su oído izquierdo: el celular. Su amiga Marcela; qué-haces-te-invito-a-una-fiesta-el-viernes-wey-qué-poca-que-no-vas-wey-pero-bueno-qué-me-cuentas-ja-ja-ja. La historia quedó inconclusa, pues Diana sintió cierta nostalgia instantánea. Tomó otro trago que le pareció más bien amargo y apretó fuertemente los párpados para ocultar sus ojos caferdes: el dolor de cabeza.

Diana tomó su celular de nuevo: ningún mensaje; ninguna llamada. Envió un mensaje de texto a Luis para comunicar su nostalgia, pero él no contestó. Diana tomó una siesta interrumpida media hora después por la misma canción molesta: mensaje de Luis; nada-nuevo-siento-como-Octavio-Paz-todo-está-vacío. Ambos estaban heridos en el fondo, pero no podían hablar al respecto; dos horas de carretera los separaban, pero los unía la misma tristeza con el mismo fondo.

A dos horas de distancia, Luis sonreía entre pláticas de negocios y ocultaba la angustia. Sabía que regresaría a casa para encontrarse con el problema que Diana creó. No era su culpa. Nunca lo era, pero debía mantener la sonrisa entre hombres de negocios; cerrar el trato; conseguir al proveedor. Eran las once de la noche.

Cuando regresó al día siguiente, después de dos horas de carretera, tenía miedo de tocarla. Aún sentía el sabor de los labios que ni siquiera probó, como carne podrida. Sintió la sangre corriendo por sus arterias en un inútil –así: inútil– ciclo para mantenerlo con vida. Escuchó sus palabras: ya no tenían significado; eran como la conversación ajena de la mesa de junto; ideas inconexas que ya no le decían nada. Sintió el mareo en las manos: siempre aire; nunca grito. Eran las nueve de la noche.

1 comentario:

Pachu dijo...

Todavía es temprano.