miércoles, 20 de abril de 2011

Things you don't know about yourself

I'm thirty two years, one month
and eleven days old,
and I just learned
what color my eyes are.

Erin Tyler - More Things You don't Know About Yourself

Resulta, como todas las sesiones de estudio, que a un lado de la mesa se desarrolla una actividad paralela. Diana gira una ruleta. Mano derecha, verde. Tres de ellos luchan en el enredo de cuerpos para poner la mano en donde se debe. A la derecha del juego, estudio. Cinco de nosotros peleamos en contra de una integral o algo así. Y Gabriela escribe en mi cuaderno que sí puedo, porque la integral  o algo así es una dificultad insorteable. Y no puedo, así que me explica de nuevo. A un lado, el nudo de cuerpos ríe. Cuando termine la integral o algo así, podré jugar con ellos.

Dos horas después, la integral o algo así todavía es un montón de garabatos sobre la hoja de papel. Números cada vez más erráticos, disfrazados de operaciones. Gabriela no ha perdido la paciencia; explica de nuevo cómo deben relacionarse los números y las variables y los signos. Si resolviera el ejercicio, podría jugar con los demás, que ya no estudian. Gabriela no puede jugar: enfermedad congénita. Pero sí toma mi mano. Y sí me explica de nuevo cómo deben relacionarse los números y las variables y los signos. Y toma mi mano de nuevo. El ejercicio está resuelto. Los números erráticos ahora tienen algo de sentido. Podría jugar, pero prefiero esa mano sobre la mía. Los demás nos ignoran a propósito. Nos dejarán solos para encontrarle sentido a las células que forman nuestras manos.

Y después, años después del silencio y el fracaso deliberado, después de la sesión de estudio, las manos se olvidaron; son otras manos y acarician a otras manos. Lo que ocurrió no es más que la corrosión del tiempo; una escisión absoluta. Ni ella ni yo recordamos ese impulso que unió nuestras manos, pero ahí estaba el miedo al destino (que sigue ahí; ese miedo a lo inevitable). No sé por qué, pero olvidé cuánto la quería; y olvidé que en algún momento era feliz: sol en la cara, calor, caminatas interminables, silencios. Olvidé que un incendio cabe entre dos manos. Y que siempre hay un vacío interminable; espacios en la memoria que sólo pueden llenarse con fuego; cauterizar la memoria; calmar ese torbellino que arroja nombres al azar. Siempre ese vacío, esa carencia que no puede nombrarse, porque no tiene nombre. Olvidar que la memoria sólo puede llenarse con símbolos; significados inabarcables, pero presentes; ahí, cuándo, dónde. La memoria no es más que una colección de símbolos ciegos, como los impulsos y como los incendios entre las manos. El recuerdo súbito es una caída. Recordé quién era, porque lo había olvidado.

martes, 12 de abril de 2011

Miedo

Le creímos. Cuando nos dijo que regresaría en veinte minutos, le creímos. Malditas sean las navajas. No regresó. Lo que ahora recuerdo de él es una cara rígida con los ojos cerrados; las manos sobre el pecho. ¿Por qué los muertos deben tener las manos sobre el pecho? ¿Qué gano con saber que todavía tiene las manos pegadas al cuerpo? Eso son los muertos: partes de un cuerpo unidas por alguna razón. Pero él no es esa cosa que enterramos. Durante la misa nos dijeron eso. Le creímos al sacerdote de la misma forma en la que le creímos a él cuando dijo que volvería. Regresó un cuerpo perforado que ya no era él.

Él es sólo un recuerdo desmantelado. Desmantelado porque ya no recuerdo la forma en la que me molestaban sus modos. Está muerto, con las manos sobre el pecho en un terco afán de mostrar que todavía es un cuerpo completo, pero muerto. El recuerdo está desmantelado. Desmantelado porque ahora sólo pensamos en lo amable que era, y lo bueno, y cómo siempre llegaba a tiempo. Pero sus modos siempre me parecían (parecían; ya no) molestos. Siempre tenía ese tono de somnolencia cuando hablaba. Siempre acariciaba mi cabello en una forma molesta. Nunca fue cariñoso con su esposa. Pero  el recuerdo está desmantelado. La muerte desmanteló al recuerdo. Hace dos días soñé con él. Me pidió prestado un pañuelo (no tengo pañuelo) y no me lo devolvió. Pero el sueño ahora está desmantelado; ya tiene un nuevo significado que no comprendo.

El sueño es misterioso. Ahora lo veo como un jarrón negro frente a un fondo turbulento. Él es el fondo que no puedo ver. El jarrón es el nuevo significado. Quizá si él siguiera vivo, entendería el sueño, pero los sueños sobre los muertos se tratan sobre eso; sobre ese misterio diseñado para confundirnos; despertar a mitad de la noche y pensar que sigue vivo, que está en su cuarto y ronca, que mañana acariciará mi cabello y me molestaré. Pero sólo hay silencio y la dificultad para volver a dormir. Lo peligroso de las pesadillas es que nos roban energía después. Nos roban las noches y los días y después ya no hay suficiente tiempo para recuperarse. Uno nunca se recupera de un mal sueño y nunca se recupera de las manos ajenas sobre el pecho. Miedo.