La tristeza, temblor en el estómago. Temor; la sensación punzante de saber y caer y las consecuencias, y la niña ahí, ya no toma su brazo de madre, sino que convulsiona en el suelo; y la espera de la ambulancia, y la niña ahí, ya no un pedazo de conciencia, sino piel y huesos y músculos que se contraen sin saber y sin control; y un cerebro de niña y una fracción de conciencia atormentada. Ella, pedazo de conciencia, escuchó las voces en su cabeza. Al principio hablaban sin sentido, pero después gritaban. Ella, pedazo de conciencia, escuchó los gritos desde los siete años. Ella, pedazo de conciencia, bebió la mitad de una botella de cloro, atormentada por los gritos; su madre se distrajo y llegó demasiado tarde, apenas alcanzó a ver el cúmulo de huesos y piel y músculos que ya no era su hija y ya no era sino un bloque de carne convulsionante. Y ella, pedazo de conciencia, no respiró de nuevo y las voces no hablaron de nuevo. Y ella, pedazo de conciencia, nunca sintió de nuevo el beso cálido de la alfombra en su cuarto; y nunca escuchó los gritos de las voces que a veces decían la verdad.
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