jueves, 8 de abril de 2010

Bibliotecario

Y si dependiera de mí, todos los pasados desaparecerían; no me mataría por entrar en una historia que no me pertenece. Después de todo, es muy molesto sonreír cuando sé que me mienten, pero no es apropiado quejarse. Mi trabajo es organizar: recibir un caso, analizarlo, colocarlo en la sección pertinente y registrarlo. Todos dicen más o menos lo mismo: mentiras. Pero no me pagan para cuestionar, sino para que el archivo siempre esté en orden. Después de registrarlos, debo ver cómo sus historias se alejan; yo soy ajeno, una mano callada para llevarlos al otro lado, donde no existe el movimiento y sus relatos se quedan ahí.

Yo podría incendiar cada uno de los archivos; librarme del peso que llevo. Sé cuándo y cómo mienten, pero no puedo intervenir. Tal vez debería dejarlo para siempre, como lo intenté en aquella ocasión. El problema es que todo debería fluir con mayor facilidad. Me cansa tanta melancolía callada y me hartan las mentiras. Sí, debería terminar con todo; quemar este edificio y que no quede ningún rastro ni de mí ni de sus mentiras.

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