domingo, 25 de abril de 2010

Estroboscopías

Su nombre es Alejandra y no se ve bien con el cabello amarrado. Sonríe, pero mantiene la mirada apagada. Baila un poco pero no es lo suyo. Bebe un poco, pero no es lo suyo. Tal vez escucha buena música, pero no aquí y no ahora.

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Su nombre es Alejandra. Le gusta brincar en la cama elástica. Diez pesos por veinte minutos. Mirada ausente, pero ríe. Y toma refresco porque es rojo. Y es un amor de niña, porque no grita y no corre, sino que sopla a través de un aro lleno de jabón en los juegos infantiles del restaurante. Las otras niñas juegan con las burbujas. Ella las mira. Ausente.

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Los familiares siempre tienen resuelto el mundo. Te dirán cómo educar a tus hijos, porque ellos ya estuvieron ahí, aprendieron de la experiencia y mira qué bien salieron sus hijos. Pero tú necesitas creerles; debes creer que el daño puede repararse, que ella no volverá a lastimarla y que todos podremos alejarnos de esto con la frente en alto. Gracias a Dios –según esto–, pero no necesitas rezar, no necesitas a Dios.

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El cansancio en el asiento trasero, la cabeza se recarga en las piernas sentadas a su derecha. La boca discurre, como agonía que gotea. Los ojos se ahogan en todas las clases de cansancio y se cierran, parpadean, y la cabeza duerme por quince minutos. Últimamente se alcoholiza y se cansa antes de las once de la noche y luego acerca de nuevo la navaja hacia la garganta, y espera que todo se vuelva más fácil: la mano de un fantasma que termine con su vida, una congestión alcohólica, una salida rápida.

jueves, 15 de abril de 2010

Aufgehoben

No destruye,
desvanece.
Lo sé:
esta sombra
nunca se irá
porque es una sombra,
y las sombras no se van
nunca.

No sonrío con los labios,
sino con los dientes;
y escribo para no olvidar,
pero sí olvido,
y nunca recuerdo.

No recuerdo la época
en la que todo tenía sentido.
No recuerdo.
No recuerdo.
No recuerdo.
Y no recuerdo.

La distancia desvanece,
no destruye;
el tiempo es distancia,
el tiempo es silencio
y cada esperanza
es un grito
para oponerse
al desgarramiento.

Todo es complicado,
todo cambia al mismo color
de la misma forma
una y otra vez,
inevitablemente.
No es bello,
ni el cielo inspirador.
Lo sublime aterroriza
una y otra vez
inevitablemente.
Nos sentimos bien
por nuestra pequeñez
comparados con todo
una y otra vez,
comparamos cielos diferentes
y comentamos el clima,
Veracruz,
Colima,
San Luis,
zócalo,
plaza pública
con innumerables paseantes
de colores,
en el fondo son todos grises,
todos iguales;
los mismos gestos,
las mismas mentiras
una y otra vez
inevitablemente.

Ya no sé qué quería decir.

jueves, 8 de abril de 2010

Bibliotecario

Y si dependiera de mí, todos los pasados desaparecerían; no me mataría por entrar en una historia que no me pertenece. Después de todo, es muy molesto sonreír cuando sé que me mienten, pero no es apropiado quejarse. Mi trabajo es organizar: recibir un caso, analizarlo, colocarlo en la sección pertinente y registrarlo. Todos dicen más o menos lo mismo: mentiras. Pero no me pagan para cuestionar, sino para que el archivo siempre esté en orden. Después de registrarlos, debo ver cómo sus historias se alejan; yo soy ajeno, una mano callada para llevarlos al otro lado, donde no existe el movimiento y sus relatos se quedan ahí.

Yo podría incendiar cada uno de los archivos; librarme del peso que llevo. Sé cuándo y cómo mienten, pero no puedo intervenir. Tal vez debería dejarlo para siempre, como lo intenté en aquella ocasión. El problema es que todo debería fluir con mayor facilidad. Me cansa tanta melancolía callada y me hartan las mentiras. Sí, debería terminar con todo; quemar este edificio y que no quede ningún rastro ni de mí ni de sus mentiras.