sábado, 24 de octubre de 2009

El sueño de los valles

Habla el mar:

Tú, pastor de esperanzas, los conduces a través de montañas que no conoces. Y ellos te escuchan, pero no existes; sólo eres un medio para salvarlos. Inundaré los valles que alguna vez recorriste con aguas coléricas; saquearé las cavernas en donde te refugias. El único lugar en donde puedes salvarlos es la cima de la montaña. Los guiarás en la subida eternamente.

No fue una elección. Recorrí los caminos construidos por los hombres tratando de advertirles, pero no escucharon. Por siete años las olas aumentaron su tamaño y arrastraron cada vez más peces muertos hacia la costa, pero no escucharon. Escalamos la montaña desde la que se veía el valle y el mar colérico. Daniela se rompió el tobillo en el camino y tuve que cargarla sobre mi espalda hasta la cima. Cada parte de la montaña tenía un nombre, pero no lo recuerdo. Sentí la miseria mientras hundía mis manos en el lodo para subir. No descansé hasta que Daniela pudo caminar.

Los cazadores fueron a buscar comida antes de que el mar inundara todo por completo. Tenían razón, no debíamos arriesgarnos. María era una cazadora con un arco delgado; era frágil y siempre tenía calor. Yo la cuidaba, aunque ella se podía cuidar sola. Cazaba sola y miraba hacia el cielo gris, esperando algún ave que nunca llegaría. No me habló nunca.

Los conduje a través del valle y Daniela se quedó en la cima, peleando contra el fantasma de su amante muerto. Tuve que rescatarla días después, todavía con el tobillo roto y siempre sonriente. Guardó silencio mientras el valle se inundaba. Vimos la inundación global desde la cima de la montaña. Todos sobrevivieron gracias a mí, pero yo sólo tenía que salvarlos. Después desaparecí y nadie lo notó. Sentí la miseria cuando desperté.

jueves, 22 de octubre de 2009

Neshek

El mal es usura,
Neshek
-Ezra Pound

supresión,
el eterno silencio,
silenciamiento de los ojos,
fuego para los dedos
transmitido a las pieles;

redescubrir:
la misma sonrisa
que siempre es nueva,
si acaso renovada
por el mismo espíritu
de todas las noches,

redescubrir:
la luna que no me gusta
y todo lo que implica;
redescubrirte
es quitar el velo de tus ojos
y ver más allá de tus palabras;
he visto a la serpiente
construir un nido en tus ojos,

desde que naciste
guardas silencio,
escondes tu rostro
detrás de tus máscaras;
atrás de la mentira
que todos decimos,
está la serpiente,

la realidad es movimiento,
ruido sistemático,
disonancia simbólica;
lo real es simbólico,
disonante,
esquizofrénico;

tú no,
tu sonrisa es nueva
siempre nueva
y siempre alimentada
por el mismo espíritu
durante las noches,
tu sonrisa de luna
limpia el ruido,

después de tu sonrisa
sólo queda
ruido disimbólico,
enfermedades disonantes,
supresión,
el eterno silencio,
silenciamiento de los ojos

domingo, 18 de octubre de 2009

Recurrencia

Noviembre vendrá de nuevo
con labios de bisturí
y murmullo de hospitales.
Vendrá como brazo
de asaltante,
rodeará mi cuello
y no me soltará
nunca.

Lo siento en mis huesos:
un ojo que me observa,
el frío congelando
mis articulaciones;
el regreso de las hojas
al suelo,
de mis manos
al suelo.

Te persigo en los otoños,
como la última vez:
te descongelarás
como cada otoño
y hablarás con boca de niebla;
me cegarás
con tu boca de niebla.
Y yo odiaré al otoño
y al frío de tus huesos.

Cuando vuelvas
con el otoño,
estaré preparado
y no estaré solo.
Verás con tus ojos de hielo
mi incendio cardiaco.
Noviembre vendrá
y por primera vez
no te pertenece.

lunes, 12 de octubre de 2009

Leitmotif

Mala mano de poker: shot de vodka. El sabor amargo del alcohol y el aftertaste en la garganta. Por supuesto, mala combinación con la cerveza, pero quién se fija en esas cosas. Buena mano de poker: pinche Luis, te salen puras buenas manos, cómo le haces, de seguro haces trampa, sí, trampa, yo digo que un shot por tramposo. Reacción inevitable: no mamen, no es mi culpa que ustedes estén salados. Y nada, no sé qué pase en otros lados en este momento. Tocaba el piso con una mano para saber si todavía estaba ahí.

Media hora después: el juego se convirtió en decadencia y una discusión intelectual acalorada, pero fría. Claro, el alcohol afloja la intelectualidad; esas ganas de decir yo sé más que tú. Por otra parte, cada quién tenía su propia fiesta. Ya no importaban los juegos de mesa, pero sí el efecto del alcohol. Mi corazón latía muy rápido. Llevo cuatro días con ese ritmo y me siento cansado, pero el vodka me susurró en los ojos: todo es nube, sigo aquí; el aciago fulgor de la desdicha, como un ave petrificando el bosque con su canto. El fulgor de la desdicha; imagino sus alas rojas, deslumbrantes. Mis dedos aprisionados por dedos ajenos; la mano ya no en el piso.

Recuerdo el baile: mis pies moviéndose torpemente y de pronto no bailamos; todo se volvió decadencia; discusión más acalorada; tirarse en el piso de la terraza para hablar de padecimientos; Teresa y la confesión salí con tal, pero ya no me habla; yo escuchaba, siempre escucho y nunca hablo. Recuerdo las gotas de lluvia y el miedo de mojarme; ella no lo temía, no quería moverse. Yo sí, todo el asunto me desesperaba. Lo deseaba, pero no lo quería.

Yo soñé por segundos, porque el ruido de la decadencia me despertó varias veces. Soñé el círculo y sus revoluciones en mi cabeza: un aro plateado, girando a velocidades enormes sobre el mismo punto, pero no se notaba el movimiento. Soñé la misma imagen por años, pero en distintas formas. Ahora mi corazón late muy rápido. Ya no sueño, sino que giro sobre el mismo punto hasta que el suelo me detenga. Recordaré toda la vida el baile y su mano aferrada a la mía, como si pudiera salvarla. No puedo.

lunes, 5 de octubre de 2009

Tic A

Diana tomó la tercera pastilla contra el dolor de cabeza en menos de seis horas. Revisó su celular: ningún mensaje nuevo, ninguna llamada perdida. Esperó la inspiración frente a su libreta, pero nada. Tomó un trago de su vaso con jugo de alguna fruta exótica y pensó en flores amarillas por media hora, pero nada. Revisó su celular de nuevo para ver la hora, pero no se fijó realmente en qué hora era. Sólo fue un movimiento instintivo.

Cuando llegó la inspiración, escribió acerca de dos oficinistas que se encontraban por casualidad en el Metro. La historia se acercaba al clímax cuando una molesta canción sonó en su oído izquierdo: el celular. Su amiga Marcela; qué-haces-te-invito-a-una-fiesta-el-viernes-wey-qué-poca-que-no-vas-wey-pero-bueno-qué-me-cuentas-ja-ja-ja. La historia quedó inconclusa, pues Diana sintió cierta nostalgia instantánea. Tomó otro trago que le pareció más bien amargo y apretó fuertemente los párpados para ocultar sus ojos caferdes: el dolor de cabeza.

Diana tomó su celular de nuevo: ningún mensaje; ninguna llamada. Envió un mensaje de texto a Luis para comunicar su nostalgia, pero él no contestó. Diana tomó una siesta interrumpida media hora después por la misma canción molesta: mensaje de Luis; nada-nuevo-siento-como-Octavio-Paz-todo-está-vacío. Ambos estaban heridos en el fondo, pero no podían hablar al respecto; dos horas de carretera los separaban, pero los unía la misma tristeza con el mismo fondo.

A dos horas de distancia, Luis sonreía entre pláticas de negocios y ocultaba la angustia. Sabía que regresaría a casa para encontrarse con el problema que Diana creó. No era su culpa. Nunca lo era, pero debía mantener la sonrisa entre hombres de negocios; cerrar el trato; conseguir al proveedor. Eran las once de la noche.

Cuando regresó al día siguiente, después de dos horas de carretera, tenía miedo de tocarla. Aún sentía el sabor de los labios que ni siquiera probó, como carne podrida. Sintió la sangre corriendo por sus arterias en un inútil –así: inútil– ciclo para mantenerlo con vida. Escuchó sus palabras: ya no tenían significado; eran como la conversación ajena de la mesa de junto; ideas inconexas que ya no le decían nada. Sintió el mareo en las manos: siempre aire; nunca grito. Eran las nueve de la noche.