domingo, 5 de julio de 2009

Tree-hugger

Hace mucho tiempo conocí a una niña que también era un árbol. Sí, era una niña-árbol, sólo que también era niña y también era árbol. Se llamaba Irene, le gustaban los dulces y la tierra mojada. No hablaba mucho, pero sus ramas crecían en la forma que ella quisiera. Todavía no tenía flores ni frutos. Esos llegarían en la pubertad.

También le temía a la tala clandestina y a los libros de historia. Temía a los libros, en general. Yo creo que porque los libros se hacen de árboles muertos. Por lo mismo no le gustaban los muebles ni el fuego. Se sentía ofendida con la madera artificial. Decía que las maderas preciosas eran como lo que serían nuestras supermodelos, y nadie querría una mesa hecha de cadáveres.

La niña tenía rasgos hindúes y tenía diecisiete años humanos, pero aún era pequeña por su sección de árbol. Igual viviría mucho más tiempo que cualquier niño normal. Eso no la deprimía, pero no me quiso explicar por qué. Dijo que no la entendería.

Me quedé a su sombra unas horas y me quedé dormido. Ella, siguiendo su instinto de árbol, asustó a los perros que se acercaban a marcar su territorio y me despertó poco antes de que oscureciera. Me regaló una de sus hojas para que no me olvidara de su herbórea presencia y me dio un beso en la mejilla que me raspó un poco por su corteza. No la abracé porque no quería verme ridículo.

2 comentarios:

Alice dijo...

ridiculo fue no abrazarla en absoluto...cosas en las que piensas...

Gralist

Pachu dijo...

Mi árbol de afuera de la casa da muy buenos ww's. Siempre sabe cómo hacerme sentir mejor.