domingo, 14 de junio de 2009

Oportunidades

Laura releyó el anuncio del periódico algo así como veinte veces:

Se busca mujer para habitar lugar recientemente desocupado. Grandes comodidades, colonia Narvarte, bajo mantenimiento.

Después de considerarlo por un buen tiempo, Laura tomó el teléfono y marcó.

–¿Bueno?
–Este... sí, hablo para ver lo del lugar éste.
–Ah, qué bien. Pues hay que concretar una cita para que venga a verlo y se decida.

La voz de su interlocutor le pareció un poco desagradable, pero le interesaba vivir en una zona céntrica y segura como la Narvarte. Después de concretar la cita, tomó su bolsa, subió a su auto y fue al trabajo con los ánimos un poco más elevados que de costumbre.

El día de la cita –un sábado, si es que importa saberlo– Laura llegó al departamento quince minutos antes de la hora pactada. La impaciencia la obligó a tocar la puerta y la recibió un hombre que la animó a pasar con una sonrisa poco marcada y ojos cansados.

El departamento era algo pequeño, decorado con libros y muebles de mal gusto. Laura tomó asiento y aceptó el ofrecimiento de un poco de café. Después conversó con el dueño del departamento por media hora. Le pareció que él podría ser bastante atractivo si no fuera por su personalidad algo excéntrica, pero de cualquier forma le agradaba la idea de compartir el departamento con alguien como él.

Después de un rato de conversación, Laura se dio cuenta de que no había visto el cuarto en el que dormiría. Tampoco sabía cuánto costaría la renta.

–¿Y como cuánto me cobrarías al mes?
–No te cobraría.
–¿Y eso por qué?
–Es que el espacio está deshabitado, y no me gusta tenerlo vacío.

Laura estaba muy emocionada por vivir en la zona que quería sin tener que pagar.

–¿Y puedo ver en qué parte del departamento me quedaría?
–No. No es dentro del departamento.

Laura preguntó, algo confundida:

–¿Entonces dónde es el lugar que anuncias?
–¿No es obvio? En mi corazón. Fue deshabitado recientemente y quiero que vuelva a tener a alguien dentro.
–Payaso.

Acto seguido, Laura arrojó la mitad de su taza –ahora tibia– a la cara del hombre y salió del departamento tan rápido como le fue posible. Manejó hasta su casa con una sensación de malestar indescriptible, pero después ese malestar se convirtió en un cómodo enojo.

2 comentarios:

Alice dijo...

jajajaja q giro tú.
-egiastu

Pia dijo...

jaja yo quiero un hombre q necesite bajo mantenimiento...