I'm the loneliest boat
on this entire body of water.
El océano está hecho de soledad. Siete meses en un pequeño barco, el único marino a bordo siente el insomnio. Los dientes fatigados por la sal en el aire; la comida monótona; el vaivén del agua. Este escape se ha convertido en una lucha. El capitán despierta en medio de la noche y camina hacia el borde. Mira al agua y espera una respuesta. En el agua, un ojo mira al capitán. Pero no podría ser un ojo. Quizá un monstruo marino, o quizá la demencia acuática. La idea era encontrarse, pero el marino titubeó frente a la gran ballena. La gran ballena; esos ojos, los dientes, la mirada del monstruo fija en los ojos del marino. El capitán de su propia alma se rindió ante la mirada del monstruo. El mar consumió su alma.
El monstruo a media noche se fue; el marino era indigno de una muerte heróica. Él lo sabía. Ahab lo hizo de nuevo. Tomó su vida perfecta y la arruinó. No era suficiente. Nunca lo será porque el monstruo destruyó el alma del marino. El mar consumió su alma. La sal en el viento; la sequedad entre el agua salada; el crujir del barco. Quizá si no hubiera titubeado frente a la ballena. Siente meses de navegar para acobardarse frente al monstruo. Futilidad. Todo es inútil. Todo perecerá bajo las aguas. ¿Para qué regresar? ¿Qué sentido tiene existir todavía?
Hace mucho tiempo, el mar era uno con sus antepasados. Podían navegar las aguas y el mar los protegía. El mar alejaba a los monstruos. Pero los antepasados fueron soberbios. Creyeron que el mar estaba bajo su control y ahí surgió la necesidad de combatir a los monstruos. Generaciones enteras murieron entre los tentáculos de algún monstruo; o en las fauces de la ballena; o ahogados bajo la cólera del mar. Mejores hombres que Ahab murieron en aquellas aguas. Y ahí estaba él; cobarde consumado entre las olas de la desdicha.
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