lunes, 16 de abril de 2012

Un cuento para niños

Construí una casa. Casa bonita, con ladrillos de barro, techos altos y grandes ventanas. Pinté cada una de las paredes. Quería todos los colores en cada pared. Quería al sol en las ventanas y el canto de los pájaros en los árboles. Sembré pasto en la tierra y lo vi crecer. Escuché a los pájaros y sus eternas pláticas. Decoré los cuartos y sonreí.

Construí una casa; ladrillos sobre la tierra y grandes ventanas. Y temí por mis pájaros cuando supe que una serpiente estaba suelta. Qué sería de mis pájaros. Y después vi uno de los polluelos cayendo del nido. Lo cuidé hasta sus pequeñas alas pudieron sostenerlo. Lo dejé dormir en una caja acolchonada. Dormí junto a él y lo quise tanto como a la casa que construí.

Y temí que la serpiente nos viera, así que construí una barda; ladrillos sobre el pasto, tan alta como los árboles; tan alta como el cielo, si era necesario. Tan alta que la serpiente no pudiera enterarse de mis pájaros y mis árboles. Alta, para que mis pájaros durmieran junto a mí. Pero el sol no podía tocar mi casa y los colores se opacaron. El pasto se volvió gris y los pájaros se fueron.

Cuando supe que no había ninguna serpiente, traté de tirar la barda; martillar los ladrillos. Pero la barda era demasiado alta y demasiado dura. Ni siquiera la hice temblar. La pared se quedó ahí; y encerró esa casa tan bonita que construí con mis manos. Tuve que dejarla atrás; dejar sus colores encerrados. Dejé sus árboles —ahora secos— encerrados en medio de la barda; todos los colores, los ladrillos y las grandes ventanas, ahora encerrados en medio de la barda.

Y construí una nueva casa con las fuerzas que me quedaron; con nuevos colores, nuevo pasto y nuevos árboles. Pero ahora dejo algo de comida en el jardín; para que, si hay serpientes, no se coman a mis pájaros.