lunes, 16 de abril de 2012

Un cuento para niños

Construí una casa. Casa bonita, con ladrillos de barro, techos altos y grandes ventanas. Pinté cada una de las paredes. Quería todos los colores en cada pared. Quería al sol en las ventanas y el canto de los pájaros en los árboles. Sembré pasto en la tierra y lo vi crecer. Escuché a los pájaros y sus eternas pláticas. Decoré los cuartos y sonreí.

Construí una casa; ladrillos sobre la tierra y grandes ventanas. Y temí por mis pájaros cuando supe que una serpiente estaba suelta. Qué sería de mis pájaros. Y después vi uno de los polluelos cayendo del nido. Lo cuidé hasta sus pequeñas alas pudieron sostenerlo. Lo dejé dormir en una caja acolchonada. Dormí junto a él y lo quise tanto como a la casa que construí.

Y temí que la serpiente nos viera, así que construí una barda; ladrillos sobre el pasto, tan alta como los árboles; tan alta como el cielo, si era necesario. Tan alta que la serpiente no pudiera enterarse de mis pájaros y mis árboles. Alta, para que mis pájaros durmieran junto a mí. Pero el sol no podía tocar mi casa y los colores se opacaron. El pasto se volvió gris y los pájaros se fueron.

Cuando supe que no había ninguna serpiente, traté de tirar la barda; martillar los ladrillos. Pero la barda era demasiado alta y demasiado dura. Ni siquiera la hice temblar. La pared se quedó ahí; y encerró esa casa tan bonita que construí con mis manos. Tuve que dejarla atrás; dejar sus colores encerrados. Dejé sus árboles —ahora secos— encerrados en medio de la barda; todos los colores, los ladrillos y las grandes ventanas, ahora encerrados en medio de la barda.

Y construí una nueva casa con las fuerzas que me quedaron; con nuevos colores, nuevo pasto y nuevos árboles. Pero ahora dejo algo de comida en el jardín; para que, si hay serpientes, no se coman a mis pájaros.

sábado, 7 de abril de 2012

Swim to the moon

I'm the loneliest boat
on this entire body of water.

El océano está hecho de soledad. Siete meses en un pequeño barco, el único marino a bordo siente el insomnio. Los dientes fatigados por la sal en el aire; la comida monótona; el vaivén del agua. Este escape se ha convertido en una lucha. El capitán despierta en medio de la noche y camina hacia el borde. Mira al agua y espera una respuesta. En el agua, un ojo mira al capitán. Pero no podría ser un ojo. Quizá un monstruo marino, o quizá la demencia acuática. La idea era encontrarse, pero el marino titubeó frente a la gran ballena. La gran ballena; esos ojos, los dientes, la mirada del monstruo fija en los ojos del marino. El capitán de su propia alma se rindió ante la mirada del monstruo. El mar consumió su alma.

El monstruo a media noche se fue; el marino era indigno de una muerte heróica. Él lo sabía. Ahab lo hizo de nuevo. Tomó su vida perfecta y la arruinó. No era suficiente. Nunca lo será porque el monstruo destruyó el alma del marino. El mar consumió su alma. La sal en el viento; la sequedad entre el agua salada; el crujir del barco. Quizá si no hubiera titubeado frente a la ballena. Siente meses de navegar para acobardarse frente al monstruo. Futilidad. Todo es inútil. Todo perecerá bajo las aguas. ¿Para qué regresar? ¿Qué sentido tiene existir todavía?

Hace mucho tiempo, el mar era uno con sus antepasados. Podían navegar las aguas y el mar los protegía. El mar alejaba a los monstruos. Pero los antepasados fueron soberbios. Creyeron que el mar estaba bajo su control y ahí surgió la necesidad de combatir a los monstruos. Generaciones enteras murieron entre los tentáculos de algún monstruo; o en las fauces de la ballena; o ahogados bajo la cólera del mar. Mejores hombres que Ahab murieron en aquellas aguas. Y ahí estaba él; cobarde consumado entre las olas de la desdicha.