Pienso en el camino. Hay un gran camino de subida, y después una desviación hacia la derecha. El silencio de sus árboles, cientos de ratas reunidas —polvo de huesos, alma de los muertos que se escapa y que inhalamos—. El fuego del panteón. Las flores robadas del panteón. Hace años, la barda del panteón cayó bajo su propio peso. Yo dije que fueron los muertos. Y qué si realmente fueron los muertos, y el fuego de su panteón, y sus flores robadas. No hay almas. No hay fuego en el centro del círculo, pero yo vi las manos que empujaban la barda.
Y yo vi las flores. Y las manos; querían tomar mi mano. Mi mano es uno de sus fuegos. Mi mano es la suya. Yo vi al sol ocultarse detrás de miles de tumbas. El silencio de los árboles, la plaza circular en la que encontré a cientos de ratas. Y cada uno de sus colmillos era hermoso. Cada uno de sus ojos era el ojo de Dios —sea lo que eso sea—. Sus garras eran mis manos. Yo vi el fuego en sus corazones desbocados. Sus colmillos eran mis manos. El ojo de Dios, el silencio de los árboles. La mano desnuda que toman los muertos. El silencio de mi abuela, como un árbol en llamas.
De esa casa recuerdo a mi abuela y su silencio de llamas. Tiempo circular, como esa plaza. Cada día desperdiciado y sin poder despertar. Dos años, si aún recuerdo. Y recuerdo el camino que alguna vez recorrí a solas. El silencio de los árboles. Cientos de corazones de rata latiendo en perfecta armonía. Las manos de los muertos. Mi mano que no existe; que no es mía, sino de cada muerto.
Y así recordaré hoy. El silencio de tu cabello envuelto en llamas. El rojo de nuestras caras. La hendidura que lleva hacia el cráter. El crater que es origen y muerte. El mundo —sea lo que eso sea— que habla en tus manos.
1 comentario:
Muertos que son tierra. Tierra fértil en cráter, donde crecen flores blancas y lilas.
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