martes, 15 de marzo de 2011

Perfecta

Amé a Marisol. No mucho; sólo la amé porque éramos una combinación perfecta. Era perfecta como cada uno de nosotros, así que no era especial. Pero la amé un poco, porque tenía una voz siempre tranquila y siempre dispuesta. Y sus mejillas se volvían rojas. Y las líneas en sus manos no eran nada especial: un juego entrecruzado de líneas que terminaba en uñas y en unos brazos delgados. Su cabello no era nada especial: árboles que crecían desde la tierra blanca y caían sobre sus hombros. Su voz sólo era tan perfecta como la mía o la de Daniela o la de Laura.

Pero ella era más que perfecta. Su padre tenía tres trabajos; su madre sólo uno. Vivían los tres en un cuarto pequeño y comían carne calentada en el mismo comal que las tortillas y los frijoles. Las mejillas se tornaban rojas, pero la mirada tomaba un tono más serio: temía que yo la juzgara. Juzgué los frijoles, porque no me gustan; y juzgué la forma en la que se quemó el dedo índice al voltear una tortilla. No a ella. Justo en ese cuarto pequeño, en medio de todas sus vecinas que no eran tan bonitas ni tan perfectas como ella, Marisol era perfecta. Cada uno de sus movimientos parecía tan calculado que al final no había tiempo para concentrarse en los detalles de su mano.

Ella era una de nosotros; perfecta. Pero era todavía más perfecta cuando no estaba entre nosotros. Cuando todas sus vecinas la odiaban, por no ser tan perfectas como ella. Supongo que es mejor que ahora esté tan lejos; lejos del cuarto pequeño en el que no cabe más que la perfección de sus movimientos y la quemadura en sus dedos. Y espero que esté muy lejos, en un lugar en el que los golpes de su padre y el hambre y yo no seamos más que un punto lejano que apenas se alcance a distinguir.

sábado, 5 de marzo de 2011

Magia

Formularé todos los métodos para destruirme. Todos y cada uno, diseñados de forma perfecta para destruir cualquier representación mía. La miseria en su forma más pura; diseñada para llevarme a ese momento una y otra vez. Caer de la escalera que tardé en subir. Y el amor, juego de espejos; y la miseria juego de espejos y lo que digo juego de espejos y no soy más que humo y espejos; una ilusión contradictoria que estoy obligado a sostener. Y cuando creo estar lejos, estoy justo en donde comencé: la miseria en su forma más pura; una contradicción, humo y espejos; el fuego todavía en la garganta y la fuerza del golpe con aquel lugar en el que la miseria se muestra con todo el fulgor que cabe en sus alas grises. Inevitable, envuelve cada una de mis formas con su peso de fuego gris. Y volver al lugar de la miseria; humo y espejos, donde no soy más que un sueño mal recordado. Y el humo y los espejos; y los pulmones bloqueados ante la desdicha intragable; la insaciable sensación de vacío, mostrándose con todo el fulgor que cabe en sus alas grises. Y el amor juego de espejos; y yo, juego de espejos, vieja ilusión repetitiva; vieja contradicción mal recordada; el sueño oxidado; los veranos podridos como el juego de espejos y el aciago fulgor de la desdicha y el humo en los pulmones y los ojos de la muerte y la contradicción y el mal sueño y el mal recuerdo. Y aquel lugar en donde la miseria me mira a los ojos.