corredores sin fin de la memoria,
puertas abiertas a un salón vacío
donde se pudren todos los veranos
–Octavio Paz - Piedra de sol
No recuerdo qué decía ni la forma de su rostro. Recuerdo que era menor que tú. Sonreía igual que tú, pero no recuerdo su nombre. Ella era como tú; de un espíritu más joven, si es que eso es posible. No entendió mi sarcasmo; la agredí amistosamente, como lo haría contigo. Mientras tanto, el amor se escondía en los áticos. Y el amor se esconde en los áticos polvosos; y yo quiero aquel amor (que se esconde en los áticos polvosos). Pero ella no era nada como tú. Su espíritu sin arrugas tenía manos de anciana: articulaciones, artritis, uñas como polvo. Y no era tú, y me hacía reír, pero no entendía lo que yo decía. Y me gustan las cosas que ella dice, no las manos de anciana. Y yo sabía que soñaba; sabía que no podría recordar su rostro, ni sus manos, ni la forma en la que su cabello no cubría sus ojos de espíritu joven con manos de anciana.
Sabía que lo contrario del sueño no es la vigilia. Sabía que las fechas que debía aprender eran absurdas, que nada pasó, que todo lo que existe se reducía a los cuadros de su falda, la forma exacta en la que su cabello cae a los lados de su cara (y no cubría sus ojos de espíritu joven con manos de anciana); y las cosas que decía eran irreales, por eso no las recuerdo; y la culpa es irreal, porque en el sueño quería lo que tengo entre las manos. Cuando desperté, vi cómo se pudren los veranos y desperté ante un cielo nuevo sobre los áticos polvosos en los que el amor se esconde.
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