Todavía estoy enfermo.
Tomo el doble de la dosis inicial acompañada de una benzodiacepina.
El diagnóstico es una enfermedad crónica. Los síntomas son manejables. Tomaré la medicina por tiempo indefinido; tal vez el resto de mi vida.
Mis estados mentales tienen una claridad que no creí posible. Puedo leer el subtexto emocional en mis reacciones frente al mundo, pero no controlar sus causas.
Las emociones no son sujeto de volición. Puedo querer-no-sentir, pero no puedo no-sentir.
La medicina amplifica la intensidad de mis sueños. A veces despierto con dolor en partes del cuerpo si el sueño las involucra.
Allie Brosh: “I’m still depressed, but how depressed I am varies, which is good. Much of the time, it’s a comfortable numbness that just makes things feel muted. Other times, I’m standing in the shower or something and I can feel the nothingness hurtling toward me at eight thousand miles per hour and there’s nothing I can really do aside from let it happen and wait until it goes away again.”
El bloqueo a la reabsorción de serotonina produce jaquecas. El cerebro no sabe reaccionar.
Las medicinas desbloquean emociones: una obra de arte me provocó un ataque de pánico. La obra se asoció con un trauma de la infancia. No lo supe hasta que volví a mi auto y sentí el golpe emocional.
El trabajo terapéutico de poner las emociones en palabras implica un costo. Estoy mejor. El costo es el de mantenerme alerta frente a los cambios en mi comportamiento.
Puedo frenar mis tendencias autodestructivas. Pero, como suele ocurrir, a veces encuentran modos alternativos de emerger.
Por varios meses somaticé las emociones. No las percibí como emociones, sino como cansancio, como taquicardia, presión elevada, prolapso mitral. Las emociones no procesadas deterioraron mi cuerpo. La mente es cuerpo.
No tengo esperanza de una cura, pero sí de una vida en la que la sombra se transparente y su presencia no me controle.
Estar en control. Me pregunto cuántos de mis actos son genuinamente míos.
Estoy mejor.