α. Rebeca: sus padres [distantes] le regalaron un auto gris, aunque ella quería uno rojo. Flores en su cuarto con paredes color rosa. Su ropa [cara] de marca resalta el color cafe de sus ojos. El mundo es suyo porque, cuando el negocio va bien, puede comprarlo y sonreír e invitar a sus amigas a tomar café. Cuando el negocio va mal, aguantar un poco; mantener la frente en alto y las manos en el mismo lugar; no, gracias, no tengo ganas de salir hoy. Y no es la falta de ganas, sino de dinero; pero ya habrá mejores tiempos, café y sonrisas. Sin embargo, hoy no es un mejor momento; el camino a la escuela es silencioso; semáforo, luz roja; tal vez debió aceptar la invitación, pero sólo tiene el dinero que lleva en la cartera; no es suficiente para sonreír, así que la cabeza apoyada en la mano; un suspiro de tristeza hasta que la luz del semáforo [y tal vez de la vida] cambie a verde.
β. Juan Carlos: sus padres [distantes] lo encerraron en un cuarto sin luz todas las tardes. Primero gritos que poco a poco perdieron intensidad; angustia diluida, gradualmente se convertirá en resentimiento. Hambre y pobreza, su ropa [maloliente] se rasga al correr atrás de los camiones para ver si se cae algo de comida en su camino: casi nunca tiene suerte. Su tío le ofreció trabajo como chalán en su taller mecánico. Las cicatrices en la espalda tienen razón de ser: su tío no tolera los errores. Conoció a Gonzalo y a Alfonso a los trece años; pasados similares de maltrato y pobreza; presentes simétricos, trabajo mal pagado. Soluciones rápidas: asalto a conductoras. Dos se acercan mientras el tercero se queda atrás para vigilar, el primero rompe el vidrio del auto y comete el asalto; el segundo se queda afuera, por si acaso. Se alternan para decidir quién se queda atrás y quién afuera y quién asalta. Poco a poco, tienen más dinero; ya pueden llenar sus estómagos y Juan Carlos puede mandar a su tío a chingar a su madre: ya no necesita trabajar para él.
αβ. Alfonso eligió el carro gris. Era mejor porque se trataba de una mujer joven y sola, distraida. Juan Carlos tomó una piedra y la lanzó hacia el vidrio: miles de pedazos voladores. Rebeca gritó; olió el aroma desagradable: la ropa de Juan Carlos. Cámara, hija, caite con la feria; qué más trais, el celular. Disparos simultáneos de adrenalina, respiración agitada. Los tres amigos corrieron. Rebeca lloró; más angustia porque ya no tiene dinero. Tal vez debió quedarse en la cama hoy; debería regresar a su casa, pero ya recorrió más de la mitad del camino; sudor en las manos, aferradas con fuerza al volante. Los demás autos rodearon al carro gris para seguir con su camino, como si nada hubiera pasado. El asiento del copiloto impregnado con el aroma del sudor viejo. Manchas de sangre en el tablero: Juan Carlos se cortó con un fragmento de vidrio.